La sociología que traquetea

Los intentos de comparar a Acuña con “tsunami” electoral de los 90

Los periodistas, activistas e intelectuales que acaban de subirse a la combi electoral de César Acuña han comenzado a ensayar una sociología bastante curiosa: el intento de comparar la subida del líder de Alianza para el Progreso (APP) con el fenómeno Fujimori de los noventa. Se ha llegado, incluso, a mencionar que la forma de hablar de Acuña (era parte del análisis del tsunami Fujimori) se parece a la de la mayoría de peruanos.

Nadie puede negar que en el Perú existe una crisis de representación política donde la presencia de las sociedades emergentes de las últimas décadas, sobre todo, las de los últimos 25 años, todavía no se expresa en el Perú oficial. Existen diversas explicaciones, pero una cosa es incuestionable: el mundo emergente de hoy nada tiene que ver con la emergencia de los noventa.

Cuando irrumpe Fujimori la andinización de las ciudades y la explosión de la informalidad económica y social se desarrollaban en contra de una sociedad criolla impermeable a los cambios y del estado populista, empresario, y mercantilista, que levantaba murallas contra los mercados que empezaban a surgir en las ciudades. En ese entonces para ser empresario había que estar cerca de la política, el político, y de Palacio. Ese mundo emergente estaba constituido por la primera y la segunda generación de migrantes y no había nada parecido a lo que ahora llamamos clases medias. Cuando se solía decir que el castellano masticado de Fujimori se parecía al de la mayoría no se estaba demasiado lejos de la verdad.

No obstante luego de un cuarto de siglo de reformas económicas, el rostro económico y social del Perú es otro no obstante la persistencia de la informalidad y de un estado que se cae a pedazos. Hoy, por ejemplo, ya no se puede hablar de una sociedad criolla y un mundo andino separados por abismos. El mercado los ha integrado y, sin temor a equivocarnos, se puede sostener que junto a la transnacionalización del país y la modernización del empresariado, ha surgido una burguesía chola, de origen andino, que ya disputa los primeros lugares en las corporaciones.

De otro lado, el crecimiento económico, que ha reducido pobreza como nunca, ha permitido la emergencia de una clase media que empieza a exigir un mejor estado, mejores servicios, y que empieza educarse y a integrarse a las élites del país. De alguna manera contemplamos la tercera generación de migrantes que se consolida en ciudades que fueron tomadas por sus abuelos y sus padres.

En este contexto, Acuña con su elemental discurso de una raza diferente y sobre sus orígenes humildes, ¿puede llegar a representar la emergencia? Todo lo mostrado es absolutamente insuficiente. Es más, la tendencia del líder a APP a “clientelizarlo” todo, ¿puede empatar con las fibras más sensibles del territorio popular? Si tenemos una mirada pesimista de los mercados populares diremos que sí, pero si reconocemos que la única explicación de la continuidad democrática es el optimismo de las mayorías, diremos que no.

En los últimos tiempos un sector de intelectuales (sobre todo de izquierda) suele atribuirle todos los males de la sociedad a los sectores emergentes: informalidad, “una cultura anti legalidad”, la tradicional pendejada e, incluso, las economías delictivas. ¿No se dan cuenta de que esos males se reproducen en las sociedades formales e informales? Y semejantes problemas sociales solo tienen una explicación: el fracaso del sistema institucional y de la ley, es decir, del estado.

En todo caso, vale recordar que sin esas sociedades emergentes, informales, hoy no existiría el Perú como lo conocemos. Las lacras sociales de los ochenta se habrían tragado al país.