La página que no se voltea

Sobre la confrontación política constante instituida por el gobierno

Luego de la dramática votación en la que sufragaron dos ministros congresistas y la propia presidenta del Legislativo tuvo que dirimir a favor de la investidura del Gabinete Jara, el presidente Humala y Nadine Heredia señalaron que había que voltear la página. Algo así como que todo se reducía a investir a un Gabinete de cualquier manera, sin importar que sea con apenas un voto luego de que se le negara la confianza en dos ocasiones. La apreciación de la llamada pareja presidencial duele, y resucita las eternas preguntas sobre cómo llegamos a este nivel tan desastroso en política.

Nuestra Constitución actual prevé que ante un choque del Ejecutivo con el Legislativo sobre la investidura ministerial existen el mecanismo de votar en contra del Gabinete y, luego de dos censuras, el Ejecutivo puede convocar a elecciones legislativas. Pero ese mecanismo extremo fue establecido por el constituyente –siguiendo las grandes tradiciones parlamentarias –como una manera de salvar la gobernabilidad si es que no existe un acuerdo político entre oficialismo y oposición. Semejante precepto, de una u otra manera, le dice a los actores políticos: póngase de acuerdo, en democracia las cosas avanzan mediante transacciones infinitas, de lo contrario, nuevas elecciones legislativas.

Sin embargo en la comedia de los últimos días no hubo ni lo uno ni lo otro. No hubo censura ni acuerdos políticos que superaran el clima de confrontación. Todo se pintó de colores grises y parduzcos. La medianía fue la nota distintiva de las batallas entre el Ejecutivo y el Legislativo. La ventaja de un voto a favor de la investidura es el monumento a este terrible momento de la política. Las cosas entonces seguirán igual y no se volteará ninguna página como se pretende en Palacio. El clima de confrontación con la oposición que se alienta desde la Casa de Pizarro proseguirá, a veces se elevará y a veces bajará, pero siempre regresará para recordarnos el fracaso de la política. Continuarán pues las obsesiones para inhabilitar a un candidato en carrera y el maltrato innecesario a la principal fuerza de oposición. Pero lo más grave: los medios y los ciudadanos seguirán acostumbrándose a contemplar el espacio público hasta el 2016 como un escenario de guerra y de eliminación del adversario. Esa indiferencia ante la decapitación del rival es uno de los mayores triunfos del autoritarismo.

Como la política está emponzoñada por la polarización, la propia política, el Estado y el espacio público continuarán desplegándose como fuerzas contrarias al crecimiento y la economía de mercado. El gabinete nacionalista seguirá colonizado por dos proyectos económicos: por un lado el MEF y las carteras de producción alentando la inversión privada y, por el otro, el sector Ambiente colocando sobrerregulaciones a diestra y siniestra contra los emprendimientos en minería y petróleo. Y todos los funcionarios del Estado en una loca carrera por seguir convirtiendo al Perú en el país más burocrático de América Latina.

El régimen humalista ya tiene apellidos paterno y materno. Polarización y desaceleración económica. Las dos caras de una misma moneda. Algunos podrían sostener con justeza que la mediocridad es el resultado inevitable de un proyecto que tenía como objetivo principal perpetuarse en el poder, pero que debió retroceder ante una mayoría democrática celosa de la alternancia política y la economía de mercado. El resultado es la administración nacionalista de hoy.

Por Víctor Andrés Ponce