La izquierda es un desierto

A propósito de las pre-candidaturas izquierdistas para el 2016

El lanzamiento de las candidaturas presidenciales de Verónika Mendoza y Sergio Tejada en las primarias de la izquierda ha desatado optimismos que, al parecer, solo desnudan la tragedia que enfrenta este sector político. Existe la ilusión de que una cara fresca solucionará los males acumulados que devienen de una orfandad ideológica, política, y programática. Es la misma ilusión de todos los aventureros que se lanzan a la política, de todos los que sueñan en convertirse en el outsider.

No se trata entonces del impulso clásico de los políticos que ingresaban a la arena pública para organizar formaciones históricas. Es la izquierda delgadita de la revolución de las telecomunicaciones y las redes sociales, se trata del mismo discurso de siempre, pero sin lecturas y armazones ideológicos.

Por ejemplo Verónica Mendoza habla de “empoderar al estado” y en seguida repite todas las fórmulas de la receta bolivariana. El amigo Sergio Tejada ha desarrollado su carrera política con vocación de policía y fiscal en la persecución al Apra, pero no se le recuerda una sola idea.

Una de las cosas más sorprendentes es cómo “las actuales promesas de la izquierda” se oscurecen en demasía frente a generaciones anteriores. Más allá de las diferencias y distancias, comparar la solidez de Alberto Moreno, de Edmundo Murrugarra, de Julio Rojas, de Javier Diez Canseco y de Carlos Tapia, por ejemplo, con las audacias de Mendoza y Tejada es un atrevimiento descomunal para quienes saben algo de la trayectoria de la izquierda. En ese sentido, el futuro de este sector político se parece a un desierto inclemente.

Aquí vale repetir un viejo diagnóstico: si la izquierda no se refunda ideológica, política, y culturalmente, su conversión en secta será inevitable. Si ella no observa el mundo popular, el mundo de abajo, repleto de mercados emergentes y millones de empresarios informales,  no se forjará un lugar en el espacio público. La idea de que en el mundo de abajo bulle una sociedad capitalista atormenta, anula, al pensador izquierdista en vez de impulsarlo a nuevos retos intelectuales.

La política orgánica y de mediano plazo siempre se funda en una crítica ideológica y cultural previa. Después de El desborde popular de José Matos Mar y de El otro sendero de Hernando de Soto, los intelectuales de la izquierda se quedaron pasmados, y contemplaron cómo el Perú se ponía de cabeza con las sociedades andinas que hervían en las ciudades con los vastos mercados populares y la frenética actividad empresarial.

No obstante su vasta cultura y lecturas acumuladas, algunos intelectuales se dedicaron a la negación y ese mundo popular se convirtió en una suma yerros e imposibilidades. Impresionante cómo hombres tan cultivados pudieron desconectarse de la realidad tal como lo hacen los fundamentalismos y extremismos ideológicos. De esa actitud surgió la tragedia de la izquierda peruana.

El problema es que la nueva generación intelectual de la izquierda ha demostrado más audacia y pragmatismo que aportes conceptuales en sus incursiones mediáticas, intentando presentarse como la “voz académica” del espacio público, pero carece de las lecturas y la cultura de la generación precedente. En ese sentido, al igual que la nueva hornada de políticos, es bastante delgadita.

Por: Víctor Andrés Ponce