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La falsa guerra del agua

La falsa guerra del agua
Víctor Andrés Ponce
24 de julio del 2015

La ausencia de más reservorios es un crimen social contra los pobres.

El Montonero acaba de realizar una visita a la zona de influencia del proyecto Conga en Cajamarca porque considera que el bloqueo de este proyecto minero es asunto de vida y muerte para nuestro modelo de desarrollo, para el crecimiento económico, y la reducción de pobreza en el país. Cuando Conga se paró se organizó el software para detener otros proyectos como Tía María. Ahora se pretende hacer lo mismo con Las Bambas en Apurímac.

De la visita a las zonas cercanas a Conga emerge una interrogante que abisma a cualquiera con sentido común. ¿Cómo así el radicalismo anti minero pudo imponer esa disyuntiva “agua sí, oro no”. Sobre todo luego de conocer que el reservorio de Chailhuagón  almacena 2.6 millones de metros cúbicos de agua y les permite a los campesinos de la zona de influencia del proyecto tener dos cosechas al año. Los anti mineros no dejaron construir El Perol, otro reservorio similar.

La construcción de Chailhuagón nos permite entender que la única manera de conseguir agua en las llamadas cabeceras de cuenca es mediante la construcción de reservorios de agua, porque todo depende de la lluvia. No hay otra. Sin embargo los radicales antimineros se opusieron al desarrollo de los demás reservorios señalando que el proyecto minero iba a contaminar los acuíferos, como si las aguas en las alturas no se rigieran por la ley de gravedad.

¿Cómo pudo pasar semejante mentira, imprecisión, psicosocial o como quiera llamarse a esta campaña en el Perú del siglo XXI? Sobre todo, porque con la ingeniería de Chailhuagón se hace evidente una verdad incuestionable: en el Perú sobra agua, pero se necesita hacer represas para que los pobres puedan tener dos cosechas al año.

Sí, sobra agua. De acuerdo a diversos organismos internacionales, el Perú está entre los diez primeros países del planeta en cuanto a reservas de agua y reúne el 4% del agua dulce del planeta a través de las vertientes del Océano Pacífico, del Amazonas y del Lago Titicaca. En otras palabras, una potencia en reservas de agua.

El gran problema: más del 95% del agua se pierde en el Pacífico y el Atlántico pese a que el 40% de los pobres del área rural no acceden a agua potable. En este contexto, la acción del radicalismo antiminero contra los reservorios del proyecto Conga es a todas luces un crimen social en contra de los excluidos, de los pobres del Perú.

Si bien es cierto que el Estado, el gran fracaso de las últimas dos décadas, debió lanzarse a represar agua de las cuencas nacionales, tal como lo hicieron las naciones que alcanzaron el desarrollo, no hay un solo argumento para oponerse a construir los reservorios de Conga que le permitirán a los campesinos saltar al siglo XXI.

En la guerra del agua que ha desatado el radicalismo hay una indolencia ante la pobreza rural que, simplemente, pone la piel de gallina. No solo pretenden quebrar a la minería, una de las columnas del crecimiento económico, sino que les importa un bledo que los más pobres accedan al agua, se capitalicen con dos cosechas al año y, en general, logren el salto en desarrollo humano que significa disponer de agua.

 

Por Víctor Andrés Ponce

Víctor Andrés Ponce
24 de julio del 2015

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