LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
La derecha desconcertada, sin cultura y sin ideología
La economía y la sociedad dependen de la guerra de ideas
Al margen de la renuncia del Gabinete Bellido –quizá el peor de toda nuestra historia republicana– la amenaza totalitaria sigue allí agazapada. La constituyente no es prioridad por ahora. Pero puede serlo mañana, de acuerdo a las circunstancias, parece ser el nuevo mensaje oficialista. Por su lado, los militantes de Perú Libre siguen recolectando firmas para instalar una asamblea que les entregue todo el poder, incluso el poder para decidir sobre las propiedades y los ahorros acumulados a lo largo de nuestras vidas.
En este escenario, único en toda nuestra historia republicana, la derecha o los sectores que defienden frontalmente la Constitución y las libertades permanecen desconcertados, a la defensiva. Si la administración Castillo no avanza en su agenda colectivista no se debe a méritos de la oposición, sino a errores e incapacidad del oficialismo.
Una de las cosas más relevantes que se ha sostenido es que la derecha debe permanecer unida para enfrentar la amenaza comunista y evitar los errores de la oposición venezolana. Sin embargo, ¿por qué los sectores republicanos siguen fragmentados en el Congreso e, incluso, en los nuevos movimientos que surgen espontáneamente? ¿Por qué líderes como Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y Hernando de Soto, creen que pueden seguir haciendo política como si las corrientes comunistas más ortodoxas del planeta no hubiesen llegado al Ejecutivo?
La única explicación: la ausencia de una identidad ideológica y cultural que posibilite entender la magnitud de la amenaza. Una de las cosas que tienen en común en los políticos de la derecha, dentro del Congreso y fuera del recinto legislativo, es el pragmatismo. O, dicho de otra manera: se percibe la ausencia del ideal republicano.
La política de las últimas tres décadas, ya sea en las derechas o las izquierdas, se caracterizó por el pragmatismo. La política se redujo a una campaña electoral, a un comando de campaña electoral y, finalmente, a un candidato. Ese pragmatismo permeó a las derechas e izquierdas. De allí la desaparición de los partidos y que solo quedarán los candidatos, buenos en las empresas, la academia y otras industrias, pero sin formación política. La política entendida así es el reino del candidato puro. Ni siquiera se trata del caudillo organizador del siglo pasado, que formaba partidos e instituciones.
Ese tipo de política explica la fragmentación de los candidatos de la derecha en las elecciones pasadas, que posibilitó la llegada de las corrientes comunistas más ortodoxas al Ejecutivo. Los candidatos sin la fuerza del ideal republicano ponían por delante el ideal personal.
Ese mismo pragmatismo explica que los gerentes de las grandes compañías suelan hablar con las ridiculeces del lenguaje inclusivo y que todas las narrativas (violencia y DD.HH., género, medio ambiente, entre otros) hayan sido construidas por el progresismo neomarxista.
En síntesis, las corrientes comunistas están en el Ejecutivo porque ganaron la guerra cultural de las últimas tres décadas. De allí que Castillo fuese una opción “más digna” que votar por el fujimorismo en la segunda vuelta pasada.
Hoy se puede superar la amenaza totalitaria, pero sin cultura y sin ideología alternativas, el cuchillo colectivista volverá a amenazar las libertades. No se trata de un fenómeno exclusivo del Perú. En Chile también ha pasado lo mismo, aunque con mayores sofisticaciones. Las derechas se volvieron pragmáticas y abandonaron la cultura y la ideología al progresismo.
La conclusión: salvo la cultura, todo es ilusión.
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