La decisión de Keiko

La obligación de postular el 2021

La debilidad del próximo gobierno de PPK, de una u otra manera, está ubicando los reflectores y las atenciones de los observadores en la conducta del fujimorismo. Sin la mayoría parlamentaria naranja no es posible pensar la gobernabilidad. Luego de una derrota electoral, ¿cómo se puede mantener la unidad y coherencia de una bancada de 73 representantes tan disímiles? ¿Cómo se puede consolidar el fujimorismo en las provincias, cuando la fragilidad pepekausista desatará una guerra sin cuartel con la izquierda estatista?

Keiko no tiene otra salida: debe ratificar su voluntad de ser candidata del fujimorismo en el 2021. De lo contrario, tarde o temprano, comenzará la disgregación del movimiento naranja que inevitablemente tendrá efectos nocivos en la actual República que estamos consolidando. La decisión de Keiko, casi como una ley física, deberá moverse en una dialéctica entre otorgar gobernabilidad al gobierno de PPK y liderar la oposición política y social, que disputará con uñas y dientes con la izquierda estatista. No hay otra.

Si el fujimorismo se desliza en un fácil obstruccionismo cometerá un grave error que lo distanciará de la mitad de los electores peruanos que lo ha respaldado, no obstante la campaña de descrédito pocas veces vista que tuvo que enfrentar. Ese respaldo ciudadano no solo tiene que ver con las políticas plebeyas implementadas desde el Estado en los noventa, sino también con el protagonismo central del fujimorismo en la construcción de la primera República, luego de dos siglos de fracasos institucionales y democráticos.

Consolidar cuatro elecciones sucesivas y avanzar a una quinta con los 30 millones de peruanos ejerciendo sufragio sin restricciones es una hazaña institucional por sí misma. Y consolidar un crecimiento que ha arrinconada la pobreza a un quinto de la población y que comienza a configurar una sociedad de clases medias es una proeza social inimaginable décadas atrás.

El protagonista principal de este proceso institucional, económico y social es el fujimorismo —al margen del silencio de las historias y sociologías oficiales— y, por lo tanto, el keikismo debe convertirse en una especie de guardián de la República, otorgando gobernabilidad a la frágil administración de PPK. Es la única conducta que consolidará la idea de un nuevo fujimorismo.

En este caso la gobernabilidad es casi imposible que signifique cogobierno, porque el fujimorismo disputará pueblo por pueblo, villorrio por villorrio, la hegemonía con la izquierda radical y estatista que, luego de tres intentos sucesivos de llegar al poder —en las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016— tendría el camino despejado, frente a la eventualidad de un gobierno débil de PPK.

En la encrucijada descrita, entonces, Keiko deberá asumir la decisión de persistir, más aún cuando el fujimorismo no se ha consolidado como organización política. La presencia de Joaquín Ramírez en la secretaría general de Fuerza Popular, las pasiones de Kenji que lo llevan a considerar una candidatura presidencial y la conducción de un “entorno cerrado alrededor de Keiko” —del partido y de la campaña electoral— nos revelan que el fujimorismo tiene demasiado por hacer para convertir el respaldo popular que hoy recibe, que lo ha convertido en un segundo partido del pueblo en la historia del Perú. Un partido que debe tener un rol decisivo para evitar el bloqueo de la República ante la amenaza estatista en el 2021.

Si Keiko asume esa conducta, al margen de si llega o no al poder, formará parte de la historia moderna del Perú.

Víctor Andrés Ponce