LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Elecciones y progresismo de ciertas clases medias
Algunos sectores del A y B votarán por Verónika Mendoza
Una de las preguntas que se formulan en las élites peruanas es cómo es posible que la candidatura de Verónika Mendoza –al margen de los resultados electorales– tenga tanto predicamento en los sectores A y B, sobre todo en la mesocracia limeña. ¿Acaso no entienden que Mendoza es incuestionablemente la candidata que eligió el eje bolivariano de Iberoamérica para nuestro país?
Una manera de explorar una respuesta tiene que ver con artículos publicados en dos diarios que, aparentemente, tienen orientaciones ideológicas diferentes. En el diario El País de España y en el periódico, Granma, órgano oficial del Partido Comunista Cubano, se califica de “progresista” a Mendoza. La candidata de Juntos por el Perú ya no es comunista, colectivista ni menos chavista. Es progresista.
Pero, ¿qué es el progresismo? Intentar definir esta corriente en una columna es una osadía, especialmente en el mundo actual, tan alejado de los textos. Sin embargo, estamos urgidos de escribir algo sobre el tema. Se puede definir al progresismo como la corriente política e ideológica que considera posible rediseñar una sociedad al margen de la historia, los valores morales y las instituciones que ha forjado una sociedad en su proceso de evolución histórica. En otras palabras, el progresismo considera que el modelo de la sociedad puede bosquejarse exclusivamente desde la razón, en un laboratorio o un centro de planificación. Las instituciones y los procesos sociales, entonces, pueden derribarse y levantarse como simples paredes.
Los jacobinos franceses, los comunistas, los nazis y los totalitarismos del siglo pasado pertenecían a esta matriz. Consideraban que las jerarquías, el orden espontáneo de las instituciones del mercado, de los sistemas de propiedad, de los contratos, del lenguaje, de las tradiciones religiosas y sociales, podían ser abolidos a voluntad para construir una sociedad “más racional y justa”. En el siglo XX, en busca de la equidad y la solidaridad social se abolió la propiedad privada, y para promover la participación política se cancelaron los viejos sistemas republicanos. Ya sabemos los resultados de estas utopías: los continentes se volvieron océanos de sangre y los cadáveres se amontonaron uno sobre otro.
Después de los totalitarismos del siglo pasado, y sobre todo luego de la caída del Muro de Berlín, las corrientes marxistas se sometieron a profundas reformas. La llamada escuela de Frankfurt y las corrientes del marxismo francés (deconstruccionistas y psicoanalistas) plantearon disolver los viejos partidos comunistas y abandonar los programas máximos. Se lanzaron a desarrollar estrategias parciales de lucha: la defensa de los DD.HH. para erosionar la autoridad del Estado democrático, la ideología de género para erosionar la institución de la familia –no para defender a las minorías sexuales– como fuente de la propiedad y la herencia, es decir, del principio de acumulación capitalista. Igualmente, la supuesta defensa del medio ambiente para arrinconar las revoluciones industriales en curso. Y una ofensiva general contra las tradiciones religiosas porque, de una u otra manera, eran repositorios de los valores morales que organizaron las tradiciones occidentales.
Se puso la “razón metafísica” sobre las realidades históricas concretas y surgió “un pensamiento que era políticamente correcto”. De una u otra manera, así se configuró el progresismo moderno actual (más allá de diversos antecedentes históricos y filosóficos). Este progresismo se volvió dominante en las principales universidades de Estados Unidos y de América Latina. Y de pronto, un comunista podía reclamarse progresista e incluso liberal, porque defendía “la libertad individual” aplastada por la historia y las tradiciones.
El progresista de hoy en Chile, por ejemplo, quema iglesias y santos cristianos –como lo hacían los comunistas en la Guerra Civil Española–, como una manera de afirmar la libertad individual frente al yugo de la tradición. Igualmente, el progresista limeño presume de culto porque pretende arrasar con las tradiciones religiosas que “maniatan las libertades individuales”. Sin embargo, ese mismo progresista detiene inversiones mineras con el argumento de la defensa del medio ambiente, destruye a la policía nacional en defensa del derecho a la libertad individual y el derecho de protesta, y propone acabar con las malditas tradiciones y esclavitudes de la propiedad privada y los contratos.
Ese es el progresismo que hasta hoy no ha sido confrontado ideológicamente, y que pretende expropiar la gran tradición liberal. Pero, ¿cómo se volvió tan influyente en los sectores A y B? Al igual que en Estados Unidos, Europa, Occidente y Chile, ese progresismo viene del aula universitaria.
El nuevo progresismo es más eficiente ideológicamente que el marxismo tradicional. Nunca confronta directamente el modelo capitalista hasta que ha ganado la batalla cultural. Chile va a la constituyente porque la cultura le pertenece al progresismo.
En cualquier caso, allí puede estar la explicación de que algunos segmentos del A y B de Lima opten por Verónika Mendoza. Es decir, por la guillotina que los decapitará.
COMENTARIOS