LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El vaso medio lleno
Reflexiones sobre consecuencias del desastre Castillo
La destrucción nacional que ha desatado el Gobierno de Pedro Castillo lleva a algunos a señalar que el Perú no tiene salida. El extremo pesimismo, paradójicamente, proviene de los sectores que fomentaron los relatos progresistas que, de una u otra manera, colocaron en el poder a Castillo. Únicamente esos relatos, esas fábulas, pueden explicar que la mayoría de peruanos haya elegido el peruano menos capacitado para ejercer la Presidencia y haya optado por un programa político que señalaba explícitamente su naturaleza colectivista, a través de la constituyente.
Lo que sucede entonces no debería ser sorpresa. Hoy, los más estupefactos, los más desesperados, parecen ser quienes promovían a Castillo. Siempre vale recordar que los relatos del nacionalsocialismo encumbraron a Hitler y el nazismo, y las fábulas nacionalistas crearon el militarismo japonés. Alemania y Japón fueron destruidos por esos relatos. ¿Por qué tendría que ser diferente en el Perú? Gran parte de los activos institucionales y económicos van a ser destruidos por el Gobierno de Castillo. No hay duda.
Sin embargo, Dios sigue siendo peruano, sigue protegiendo el fervor religioso de una sociedad tradicionalmente católica. Castillo se convirtió en el peor enemigo del proyecto colectivista: un hombre sin ninguna preparación, incapacitado para convocar al Estado a los mejores peruanos, y, sobre todo, vinculado a una red de corrupción que impresiona a tirios y troyanos.
Es incuestionable que gran parte de los avances económicos serán destruidos: quebrarán empresas, aumentará la pobreza. Sin embargo, he aquí lo paradójico: las instituciones de la república, pese a todos los problemas, están funcionando. El Congreso detuvo la constituyente y el Ministerio Público avanza en las investigaciones contra la red delictiva del entorno palaciego.
Planteada las cosas así, el vaso está medio lleno en el Perú. A pesar de los decretos que colectivizan las relaciones laborales, el modelo económico no ha sido modificado por el Gobierno de Perú Libre y el Movadef. Si bien la inversión privada no crece como en las últimas tres décadas, los emprendimientos continúan y las clases medias resisten. Por otro lado, las instituciones no solo funcionan, sino que renacen de las emboscadas progresistas del vizcarrismo. Por ejemplo, existe un nuevo Tribunal Constitucional y, pese a todos los problemas acumulados, el Congreso sigue siendo la muralla contra el derrumbe nacional.
Y quizá lo más importante: comenzamos a derribar el muro comunista y progresista que llevó al poder a Castillo. Si se desarrollan reformas audaces del sistema político, nuevas reformas económicas pro inversión, y surge una alternativa de la centro-derecha, el Perú podría organizar una estabilidad política y económica de varias décadas. El vaso, pues, no está vacío. Si miramos bien, está medio lleno.
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