El nuevo PCM, la estabilidad y la bicameralidad

La guerra entre las facciones de Alberto Otárola y de Nicanor Boluarte desencadenó la renuncia del primero y la designación de Gustavo Adrianzén como presidente del Consejo de Ministros (PCM). El mismo día que se conocía al nuevo jefe del Gabinete, el Congreso de la República aprobaba la bicameralidad parlamentaria y derogaba la prohibición de la reelección de los congresistas. Aparentemente los hechos señalados no tienen conexión, sin embargo, creemos que serán definitorios en el desenlace de la crisis política en el Ejecutivo.

Luego de la reforma de la bicameralidad, el Congreso ha pasado a ser el centro político del sistema, sobre todo considerando la desaprobación mayoritaria que convocan el Ejecutivo y el Legislativo. ¿A qué nos referimos? De una u otra manera antes de la reforma bicameral el Ejecutivo y el Legislativo estaban hermanados por un interés común: permanecer en las responsabilidades hasta el 2026. Ni el Congreso podía sobrepasarse ni el Ejecutivo podía cruzar determinadas líneas divisorias.

Con la bicameralidad en marcha y a la espera de las respectivas leyes de desarrollo constitucional, el Congreso ya no está obligado a cargar los pesos gratuitos que le empuja el Ejecutivo. En el Legislativo existe un enorme margen de maniobra porque desde la centro derecha hasta las izquierdas más extremas se podría formar una mayoría abrumadora para desencadenar el adelanto electoral con la bicameralidad y la reelección parlamentaria en marcha.

En cualquier caso, más allá de cualquier especulación, la gran novedad de la bicameralidad es que también moverá el tablero de las relaciones entre el Ejecutivo y el Congreso.

Como ya lo hemos sostenido más de una vez, todos los peruanos y sectores de buena voluntad apuestan a que el gobierno de Dina Boluarte culmine su periodo en el 2026, porque es lo mejor para el país la afirmación de la institucionalidad y la gobernabilidad. Es en este contexto que ha comenzado a causar preocupación algunos capítulos del pasado del actual PCM Gustavo Adrianzén, sobre todo su acendrado antialanismo, sus vínculos con el nacionalismo y sus elogios del vizcarrismo. No obstante, el nuevo PCM también tiene enormes activos: defensa del Estado ante progresismo de la Corte IDH y la defensa de nuestros comandos Chavín de Huántar.

El nuevo PCM tiene la oportunidad de despejar esas dudas dejando en claro que esos cuestionamientos pertenecen a un pasado superado y que ahora ejercerá el cargo político en sintonía con el humor de la mayoría de las bancadas del Congreso, un humor que se define de naturaleza anticaviar y antiprogresista, como reacción a dos décadas de guerra, polarización y brutal judicialización de la política. Un humor antiprogresista que también se cultiva y radicaliza en las bancadas comunistas.

En cualquier caso, es evidente que las guerras fratricidas entre las alas (Nicanor Boluarte versus Alberto Otárola) que disputaban el poder en el Ejecutivo y que terminaron con la salida de Otárola de la PCM, de ninguna manera han terminado. Desde el punto de vista del puro análisis la experiencia nos señala que faltaría el vuelto del caído en desgracia que, generalmente, agrava la crisis en el gobierno. Así sucedió con los regímenes de Pedro Castillo hace poco y el de Alberto Fujimori en los noventa.

Los peruanos de buena voluntad queremos que el Ejecutivo arribe al 2026, pero la impericia y la aventura en el Gobierno pareciera que no. Por lo pronto, el nuevo presidente del Consejo de Ministros está obligado a demostrar que su pasado nada tiene que ver con el presente.