LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El debate electoral y la fuga de Castillo
Castillo se corre y radicaliza su discurso
Después del debate de Chota, la candidata de Fuerza Popular ha pasado a una ofensiva política general, no solo porque ha demostrado más talla de estadista, sino también porque superó la emboscada de Perú Libre (plaza adversa, llena de enemigos y reglas desconocidas para debatir), se apropió de la imagen del cambio y, sobre todo, retó a su contrincante a los cuatro debates propuestos por el JNE.
Es una gran pena que las encuestadoras todavía no registren el efecto Chota. Sin embargo, el candidato Pedro Castillo ha comenzado a ser desmitificado. Antes del debate se enfermó de un supuesto Covid y apareció con un audífono en la oreja. Canceló el debate y luego aceptó. Si el candidato de Perú Libre se vio forzado al encuentro de Chota fue porque, de alguna manera, existe la conciencia sobre lo que significa correrse de una polémica. Peor todavía si el adversario es una mujer en un país de machos que roncan fuerte en provincias y sindicatos.
Para sorpresa de todos, Castillo comienza a correrse y es evidente que la estrategia de Perú Libre y el núcleo de asesores cubanos, venezolanos y argentinos, pasa por evitar el cruce de espadas con la candidata de Fuerza Popular. Es posible que esta estrategia se mantenga mientras el candidato del lápiz continúe con puntos de ventaja sobre Keiko Fujimori.
No obstante, correrse de un debate en una campaña electoral de cinco semanas y de los emplazamientos constantes a la esgrima verbal por la adversaria, muy pronto erosionará la imagen de Pedro Castillo. Desde Chota ya no es el campesino que gimotea porque lo “terruquean”, ahora es el candidato que pone condiciones y llena la plaza de adversarios que insultan a una mujer. ¿Cómo correrse luego del gesto autoritario de Chota?
La corrida causa graves problemas en la imagen de Castillo. Tanto es así que los estrategas cubanos, conscientes de que la fuga erosiona la imagen de autoridad –clave en una elección presidencial– ha enviado al hombre a engrosar la voz, demostrar mando y agredir al adversario. “A mí nadie me pone la agenda”, suele repetir Castillo como argumento para correrse del debate electoral, como si se tratase de una elección dentro del sindicato magisterial.
A este paso, la campaña electoral, más allá de las estrategias para ganar o mantener las adhesiones en los sectores D y E, amenaza con convertirse en una persecución y fuga permanente. En cada mitin, Keiko emplazará al debate a Castillo y el candidato del lápiz roncará más fuerte para evitar que el don de mando se le vaya y aparezca como un trémulo sindicalista ante la confrontación de ideas.
Al margen de cualquier análisis, el momento político del sistema republicano –es decir, la disyuntiva entre comunismo y libertad– demanda que los candidatos debatan cuantas veces sea posible. Y de alguna manera la gente entiende la trascendencia, la urgencia, de que los postulantes al sillón presidencial confronten argumentos.
De otro lado, el intento de deslegitimar el debate y la autoridad del JNE también forma parte de la estrategia leninista del lápiz, que se desarrolla tanto en el terreno electoral como en la movilización de masas para deslegitimar a las instituciones republicanas y forzar una constituyente.
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