LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
El anti desconcertado, desarmado
El antifujimorismo sin rumbo y tropezando otra vez
Para quienes han convertido al antifujimorismo en su identidad política debe ser absolutamente imposible entender los resultados de la primera vuelta del 2016, en la que Keiko Fujimori levantó un muro del 40% de votación. Semejante imposibilidad de conectarse con la realidad los impulsa a calificar a la mayoría electoral del Perú como “tolerante con la corrupción y la violación de los DD.HH.” e inclinada al autoritarismo. Y todavía faltan los profesores de sociología que desarrollarán la tesis de la permisividad con la trasgresión en el mundo popular.
Sin embargo detrás del voto fujimorista existe una racionalidad que, en cierta forma, nos revela que el desarrollo de la cuarta elección nacional sin interrupciones y la permanencia de la democracia han permitido el surgimiento de un elector crítico. Por ejemplo, la gente sabe que el antifujimorismo ya ganó una elección nacional: la única razón para que Humala fuera electo jefe de Estado el 2011 es que representaba la quintaesencia del antifujimorismo. ¿O no?
Más allá de la verdad, el elector atribuye la crisis institucional, el desborde de la criminalidad y la desaceleración del país al nacionalismo de Ollanta Humala y Nadine Heredia. De otro lado, el mismo bloque cultural, político y mediático que encumbró a Humala es el que agita al antifujimorismo de hoy. ¿Por qué volver a creer? Y, finalmente, las acusaciones de corrupción y violación de DD.HH. quizá enfrenten un problema de credibilidad cuando Alberto Fujimori, promociones enteras generales de cuatro y tres estrellas y el propio Montesinos han sido procesados, sentenciados y purgan prisión. Muy pocos escaparon a la justicia. ¿Cómo creer entonces que el fujimorismo actual solo representa a los malos, cuando los malos están detrás de rejas?
El antifujimorismo está tan desconcertado que no entiende que el fujimorismo no existiría como primera fuerza política si el antifujimorismo no hubiese trabajado para ello en todos estos años. De haberse producido un acuerdo nacional que superara los traumas del autoritarismo de los noventa quizá no habría fujimorismo, y en su reemplazo existiría otro tipo de derechas.
Si las cosas avanzan bajo la lógica histérica, irreflexiva del antifujimorismo, los militantes del antivoto se habrán convertido en los peores enemigos de PPK. A Keiko Fujimori solo le bastará guardar silencio y ganar las elecciones visitando a los pueblos y comunidades alejadas del Perú mientras contiene —claro está— los despropósitos de Cecilia Chacón y Héctor Becerril.
El portazo de Gregorio Santos a PPK, luego de que el gringo de los Andes anunció que visitaría en la cárcel al ex presidente regional, solo se explica por la ceguera que causa el antifujimorismo. No hay otra. En este contexto, los años, la experiencia y las lecturas, impulsan a Mirko Lauer a plantear un rumbo diferente para el espacio no fujimorista en una reciente columna en La República. Ojalá los militantes del antivoto lo escuchen.
Quizá PPK empieza a acertar cuando señala que elegir al fujimorismo sería “quebrar el balance de poderes en la democracia”. Tremendo misil que puede calar en la reflexión de las clases medias y en las sociedades emergentes que, de una u otra manera, también han identificado el crecimiento y la reducción de pobreza con la democracia. PPK no parece demasiado consciente de lo que ha hecho; pero, en realidad, ha planteado el eje de una campaña viable.
Pero eso significa alejarse, distanciarse, de los gases tóxicos del antifujimorismo que envenena el espacio público y que reverbera en las élites culturales, políticas y mediáticas. Luego de la proclama democrática de PPK, el fujimorismo está en la obligación de precisar cómo evitará que el triunfo de Keiko amenace los naturales contrapesos en una sociedad abierta. Si las cosas van por allí, tenemos segunda vuelta para elegir jefe de Estado, pero con gobernabilidad.
Víctor Andrés Ponce
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