LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Dilemas fujimoristas
Sobre el posible relegamiento del ala dura naranja
El fujimorismo la tiene fácil en primera vuelta. Con cada despropósito del nacionalismo y de la mal llamada pareja presidencial, el elector recuerda que Ollanta Humala solo fue elegido por el antifujimorismo y, entonces, se decide a apoyar a la candidatura naranja. El tercio electoral de Keiko se explica por el permanente contraste que desatan los yerros palaciegos y también por el paciente trabajo de bases naranja. Después de la derrota del 2011, Keiko se propuso persistir en la candidatura presidencial y todo indica que otra vez disputará una segunda ronda.
Sin embargo las grandes derrotas siempre son hijas de las celebraciones adelantadas, del exceso de confianza. Al respecto vale recordar que la política y la democracia se inventaron para evitar la guerra, para que los rivales, los enemigos, pactaran y evitaran el conflicto. Sin embargo en las arquitecturas constitucionales de las democracias modernas, el ballotage, la segunda vuelta, es el momento político donde se reproducen, prácticamente, todas las leyes de la guerra: se busca la derrota del opositor (no hay empates como suele suceder en la democracia en general) y se emplean todas las armas, las buenas y las vedadas. Es el momento en que la polarización se vuelve cruenta e irreductible.
No hay candidato que haya ganado una segunda vuelta, ya sea en las democracias longevas o de escasa institucionalidad, sin una estrategia integral de la masacre política a enfrentar. ¿A qué viene todo esto? Keiko Fujimori se está comportando de manera impecable en la primera vuelta, sin embargo ha adelantado algunos borradores de su estrategia para la segunda ronda: limar las navajas de la izquierda mediática (endulzando el discurso de Harvard) y quizá relegar a la llamada vieja guardia (Martha Chávez, Luz Salgado y otros).
Al parecer en el comando naranja se cree que con ciertos guiños y gestos se puede amansar al antifujimorismo. Tremendo error que solo revela una inocencia política que sorprende. Si el antifujimorismo ha bajado la intensidad de su artillería contra Keiko es por la sencilla razón que ha llegado a la conclusión de que no puede evitar que la candidata naranja participe en la segunda vuelta. Consciente de eso, el antifujimorismo se ha propuesto pelear al otro animador de la segunda ronda. Ha apoyado a PPK, Verónica Mendoza y ahora cierra filas detrás de Acuña, tratando de cortarle el paso a Alan García.
Pero al margen del resultado de la primera vuelta, el antifujimorismo apoyará a cualquiera, incluso, a García. El anti en este caso tiene apellido materno izquierdista, pero el paterno es vargallosiano y Keiko enfrentará un intento de guerra del fin del mundo. La pregunta que emerge entonces es: ¿para qué tantos besos volados con el rival? La política no es sicología. Y, ¿por qué sacrificar a la primera línea de escuderos, vitales, imprescindibles, en una guerra total de segunda vuelta? Nadie lo entiende.
La única manera que tiene el fujimorismo de derrotar el anti es convenciendo al elector que el nuevo fujimorismo civil, democrático, se expresa en la oposición que los naranjas han desarrollado a tres gobiernos constitucionales elegidos de manera interrumpida. Nunca el sueño republicano estuvo tan cerca de tornarse en realidad y sucede que la principal fuerza opositora en semejante experiencia ha sido el fujimorismo. ¿Por qué tanto miedo el inevitable ataque zurdo? El temblor a la derrota se resuelve con razones, con política, pero también con las mejores escuadras.
Por: Víctor Andrés Ponce
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