¿Castillo es la vacuna contra el radicalismo?

De una u otra manera, la llegada de Pedro Castillo al poder y la devastación nacional que ha causado su administración podrían ser la gran inmunización contra los radicalismos, los comunismos, los izquierdismos y los progresismos en general. Únicamente basta reflexionar sobre el papel de esos ismos para comprender que en esos relatos está la única y posible explicación de que los peruanos votaran por el peor candidato de la historia republicana. Bastaba escucharlo una vez en la campaña para entender que Castillo era el menos preparado y que iba a ser un desastre. Sin embargo, alimentada por las narrativas dominantes, la gente se animó a elegir quizá al peor candidato de todas las elecciones.

No obstante, a pesar de la devastación nacional que ha traído Castillo, la gente se ha comenzado a asustar con las posibilidades de Antauro Humala. El discurso de Castillo y el de Antauro son iguales, se basan en la denuncia febril de 500 años de dominación occidental y la reivindicación de los pueblos originarios y la raza cobriza. Antauro se toma fotos con el fondo de fiestas patronales en el sur –con algunos miles de concurrentes– y toda la clase media nacional entra en pánico, observando un apocalipsis con la llegada de un fascismo andino.

Bajo esta perspectiva, Castillo no es el fin de los comunismos y los progresismos, sino el preámbulo de algo peor. ¿Por qué el pueblo peruano se arrojaría dos veces seguidas y en tan poco tiempo al abismo? A lo mejor alguien imagina que Antauro podría ganar explotando la mina izquierdista que siempre representó el voto antifujimorista.

Sin embargo, es necesario ver siempre el vaso medio lleno antes que medio vacío. El comunismo ha llegado al poder en el Perú; no obstante, no ha podido instalar su asamblea constituyente ni nacionalizar los recursos naturales. Y más allá de algunos yerros capitales de la oposición, el Gobierno de Castillo y las izquierdas está en retirada. Basta observar las visitas de Castillo a las provincias para registrar el rechazo nacional. Es incuestionable.

Castillo no ha ganado en nada, excepto en la reforma de la legislación laboral del Perú a través de dos decretos del MTPE que prohíben la tercerización y fomentan que el mundo de trabajo se convierta en uno repleto de sindicatos y con huelgas en desarrollo. Una terciana incontrolable en un país con el 85% del empleo en informalidad. Allí está el único avance de Castillo.

¿Cómo entender entonces el pánico que causa Antauro luego de Castillo, no obstante que él ni siquiera legalmente puede ser candidato? La única explicación: la sociedad se siente desguarnecida, aterrada por la falta de una alternativa. Es como si la sociedad peruana estuviese tomada por señores locales de la guerra que pueden capturar el poder en cualquier momento, sin un ejército político nacional que la defienda.

Ese desamparo nacional proviene de la falta de la unidad de la centro-derecha, de la imposibilidad de superar las miserias y pequeñeces que impidieron una sola candidatura en las elecciones nacionales pasadas, que encumbraron a Pedro Castillo. Si el fracaso viene de la izquierda, casi por una ley física la solución debería provenir desde el centro hasta la derecha. Únicamente falta la unidad.