LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Antifujimorismo, ¡basta ya!

No hay manera de que el antivoto construya futuro
El antifujimorismo es una enfermedad cada vez más grave para la democracia y la libertad, porque enceguece a quienes lo cultivan. Si tuviésemos que encontrar el principal obstáculo que nos ha impedido contar con un espacio público y actores políticos modernos tendríamos que señalar a la voluntad de un sector del país que se inclina por el antivoto. Pero lo más grave de todo es que el antifujimorista no advierte lo que hace: fortalecer, engrosar y enraizar al fujimorismo como la principal fuerza del país.
Desde que se desató el antifujimorismo, el fujimorismo no detiene su crecimiento. Contemos: participación en dos balotajes, mayoría absoluta del nuevo Congreso e, incluso, el envanecimiento de Kenji, quien ya se proyecta con posibilidades hacia el 2021. El antifujimorismo está canonizando un apellido y la locura fundamentalista no le permite acceder a la razón. No obstante que el fujimorismo alcanzó el 40% de la votación, que controla el Legislativo y que la democracia y la libertad no se pueden concebir sin un entendimiento con el movimiento naranja, el antifujimorismo ha convocado a una marcha del “No a Keiko” para fines de mayo.
Para cultivar eficientemente el antifujimorismo había que desatar el antiaprismo y, bueno, los resultados están a la vista. Con la socialdemocracia y el socialcristianismo disminuidos, ¿cuál es el contrapeso del fujimorismo en los próximos cinco años, al margen de que Keiko gane o no la elección? ¿El Frente Amplio? ¡Por favor! Verónica Mendoza ya se está trenzando con Marco Arana. Además le falta demasiado kilometraje en política para aprovechar el resultado electoral conseguido. ¿El pepekausismo? Muy improbable, porque es una federación de independientes y tecnócratas. ¿Dónde está el contrapeso entonces? ¿Alianza para el Progreso de César Acuña? Lazos familiares demasiado feudales para convertirse en alternativa nacional. ¿Julio Guzmán? ¡Por favor! La chiripa y el chispazo solo funcionan una vez, o quizá dos, pero no bastan para una carrera política, más allá de la fe de algunos.
Gracias al antifujimorismo cerril quizá el contrapeso del fujimorismo provenga de las propuestas antisistema, como la de Gregorio Santos, y no de alternativas democráticas. La cárcel y el discurso pueden ser fórmulas explosivas en un país en piloto automático. En todo caso, más allá de especulaciones, el antifujimorismo —desde el que cultiva Mario Vargas Llosa hasta el de Gregorio Santos— está construyendo al fujimorismo como la incuestionable principal fuerza en lo que va del siglo XXI.
Si la chiquillada del Frente Amplio sigue marchando por el “No a Keiko” es posible que el Perú se encamine hacia un sistema político como el argentino, con un solo movimiento político preponderante. En el peronismo derechas e izquierdas compiten por la representación y el legado del general populista. Imaginar izquierdas y derechas fujimoristas no es locura. Keiko ya está proponiendo renegociar el gas. O, ¿no?
Y la especulación vale para tanto un fujimorismo en el gobierno como para uno en la oposición, porque en ambos casos el fujimorismo permanecerá a la ofensiva por la estulticia del antifujimorismo. En este escenario, la guerra civil que proponen quienes niegan la posibilidad de que el fujimorismo llegue el poder, tarde o temprano, podría desatar todos los equívocos y yerros que contemplamos en el siglo XX. Y en cualquier escenario el fujimorismo siempre tendrá las de ganar por su enraizamiento en los dos países que colisionan en las elecciones nacionales. ¡Es hora de reflexionar!
Víctor Andrés Ponce
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