LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
A un año de Castillo, se cae nuestro Muro de Berlín
La ausencia de alternativas y proyectos no permite ver el cataclismo
El segundo mensaje de Fiestas Patrias de Pedro Castillo tenía un aroma a funeral. Sin embargo, a estas alturas es evidente que no solo se trata de las exequias del Gobierno y de las corrientes comunistas, sino de todas las fábulas progresistas de las últimas décadas.
Luego del triunfo de los peruanos sobre el terrorismo senderista, a finales de los ochenta, no se cayó el Muro de Berlín que levantaron los activistas comunistas en el Perú. El muro siguió intacto, y se reforzó con los ladrillos del progresismo y las diferentes fábulas que predominaron en los últimos 30 años: desde el conflicto armado interno, pasando por la violación sistemática de Derechos Humanos y la lucha por el medio ambiente frente a la inversión en recursos naturales, hasta la defensa de los Derechos Humanos para erosionar la autoridad de la democracia.
El nuevo Muro de Berlín progresista es la única explicación de que el peor candidato de todas las elecciones, el menos preparado y con claros vínculos con ese maoísmo que fue derrotado en los ochenta, ganara las elecciones nacionales pasadas. Pedro Castillo es el resultado de tres décadas de relatos, de narrativas y fábulas progresistas. Si hay otra explicación, por favor, estamos dispuestos a escuchar y retractarnos.
A un año del triunfo de Castillo, sin lugar a dudas, se puede sostener que el muro progresista se cae en el Perú, junto al desplome de Castillo. Es imposible sacar el cuerpo y eludir responsabilidades, como pretenden algunos. La historia a veces pesa demasiado.
Castillo, su gobierno y el comunismo se desmoronan sobre todo porque no pudo avanzar en la constituyente y las nacionalizaciones. En este hecho el Congreso ha jugado un papel histórico. El Legislativo asumió su papel, archivó la constituyente y salvó las libertades. Igualmente, Castillo se cae porque es la administración más incapaz de la historia. Si se trataba de instalar una constituyente, entonces había que dinamitar al Estado desde adentro nombrando a activistas en vez de profesionales y técnicos. Y, finalmente, si se cae Castillo es por la corrupción. Si se trataba de utilizar el estado burgués y reemplazarlo –a través de la constituyente– entonces, el robo de los recursos burgueses es una posibilidad.
Un año de administración de Castillo, entonces, ha derrumbado tres décadas de construcción de una hegemonía progresista que se labró a pulso, proyecto por proyecto, ladrillo por ladrillo, hasta llegar a controlar la mayoría de instituciones republicanas. A tal extremo que algunos creían que podían gobernar indefinidamente sin redactar programas, formar partidos y ganar elecciones. Quizá el progresismo fracasa en el Perú porque nunca pudo distanciarse de la intolerancia marxista y comunista, que considera que el adversario es un factor a eliminar. En todo lo demás fue muy eficiente.
La soberbia progresista llevó a creer a algunos que podían mangonear a Castillo. El profesor, que era proclamado un Amauta, simplemente los destruyó, los maltrató. Una extraña e incomprensible venganza.
Si el cataclismo que representa la caída de nuestro muro, a un año de gobierno de Castillo, no se percibe al primer golpe de vista es por las soberbias y limitaciones de una derecha que puede dividirse alegremente en la elección de la mesa directiva del Congreso. Es decir, puede dividirse y rifar el único ejército que nos ha permitido llegar y contemplar la caída de nuestro muro. Falta de todo: ideología, cultura, experiencia y voluntad de trascender.
Mientras no haya alternativa al muro que se cae, entonces, todo podrá seguir sucediendo.
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