Hugo Neira
Venezuela, el espejo cóncavo de los males peruanos
¿Un Hugo Chávez a la peruana en el incierto 2021?
¿Un Hugo Chávez a la peruana en el incierto 2021?
«Dura lex, sed lex. La ley es dura pero es ley»
¡Vaya semana! Feria del Libro, que en otras crónicas comentaré, y la tensa espera de la decisión del fallo del Tribunal sobre el destino de Ollanta Humala y Nadine Heredia. Y finalmente, la apelación de la defensa fue rechazada por la segunda sala de apelaciones. Seguirán en la cárcel. No voy a gastar tinta sobre las razones argumentadas. Caben en una línea, un peligro procesal. Está en casi todos los diarios. Por otra parte, es cierto que la acusación y el juicio oral deben iniciarse. Por lo demás,sus abogados apelarán a la Corte Suprema y a instancias internacionales. La cosa da para rato. En los diarios, prácticamente le están haciendo un entierro de lujo a la esposa del expresidente. Muy interesante en la revista Somos, «La dama y el drama». No sé por qué me resisto a esa temática. Acaso porque recuerdo un viejo proverbio castellano, «no hacer leña del árbol caído». Tiene traducción criolla, no se pega patadas al que se cae. Eran reglas que tienen mucho de nobleza, aprendidas en mi juventud criolla y de barrio popular. Por eso, Nadine para después. No ahora.
Otro tema me trota la cabeza. La instalación en Venezuela, contra la opinión del mundo entero, incluyendo al Papa Francisco, de otra Asamblea —así llamada— que aquella que eligió el pueblo. Y resulta que como en estos días preparo una ponencia sobre 1917, he estado revisando la forma cómo Lenin toma el poder. Luego de capturar militarmente el Palacio de Invierno, donde mandaba Kerenski, reemplaza la Duma o Congreso, donde los bolcheviques eran minoría, por algo paralelo, el II Congreso de los soviets. ¿Y qué quiere decir sóviet? La agrupación de soldados y obreros, así de simple. Es curioso, la historia se repite. Lenin tuvo las armas. Maduro tiene las armas. Digo esto, fundado en las mejores fuentes sobre qué fue 1917, el trabajo de la rusofila Hélène Carrère d’Encausse, que es rusa de origen y francesa académica.
En otras palabras, Maduro celebra, a su manera, su 1917. El juego del doble poder, del cual sale desgastado aquel que no tiene fusiles. Se entiende a Dammert, si no aprueba a Maduro, entonces entierra del todo a Lenin. El problema es que una izquierda que nos propone una fase de ilegalidad que dure unos setenta añitos, no es precisamente lo que ningún país quiere en estos días.
Pero algo más me inquieta. La manera desaprensiva en que estamos tomando la deriva venezolana. Venezuela antes de Chávez y con los ingresos del petróleo, dice Cecilia Blume, «era un país que bailaba y reía, que consumía más whisky per cápita del mundo, donde cualquiera tenía casa, auto, yate, joyas» (El Comercio, «¿Salvaremos a Venezuela?» 04.08.17). Es realmente curioso, es la misma argumentación y la postura clásica de los rusos eslavófilos, entre ellos Solzhenitsyn, el Nobel ruso que no entiende para nada la historia, y los que toman la revolución bolchevique como un accidente de la historia. Por cierto que discrepo de ese punto de vista. Pero también del de los marxistas-leninistas convencidos hasta el día de hoy que la predeterminación de la historia hacía inevitable el zarpazo de 1917. Quienes entienden el temperamento ruso y su cultura —en constante enfrentamiento con el Occidente europeo— admiten que los que siguieron en su aventura a Lenin, acomodaron la doctrina a una sociedad donde la feroz dominación de la nobleza y los zares provocaba creencias mesiánicas. Media Rusia tuvo la culpa del colapso de 1917. Lo que usted señala, señora Blume, es cierto, es visible, pero no explica la causalidad y los errores que llevaron al desastre que es hoy Venezuela.
Ahora bien, yo he conocido la Venezuela anterior a Chávez. Varias veces crucé el Atlántico, invitado como profesor y americanista. Y lo dije hace años en el diario La República. Nunca he apreciado a Chávez, pero tampoco a la sociedad caraqueña anterior. Yo he visto y conocido el país pimpante del boom petrolero, el crecimiento demográfico y urbano, la emigración de gente española a las tierras de la costosa reforma agraria de los llanos. Andaluces, puesto que los caraqueños no tenían ganas de volverse agricultores. Las ventajas inmoderadas de profesores y funcionarios. El estilo de vida de las clases medias que iban a hacer shopping a Miami. Y en ese paraíso caraqueño, a la vista de todos, la miseria de los cerritos. De la gente que votaría por Chávez. Y que no es muy distinta de la que votó por Humala. La pobreza no ha desaparecido.
Lo que pasó en Venezuela y sus espejismos —el falaz crecimiento, diría Basadre— es algo que debe alarmarnos. Se hundieron los dos grandes partidos, Acción Democrática y el Copei. Desacreditados por la gigantesca corrupción. Entonces, señora Blume, no se ocupe de salvar a Venezuela. Lo de Odebrecht no ha terminado. Y no sabemos qué efectos tendrá en una ciudadanía dolida, engañada, traicionada, desencantada y que duda de las ventajas democráticas y de los políticos por entero. Todo eso nos puede dar un Hugo Chávez a la peruana en el incierto 2021. Venezuela es un espejo de nuestros peores defectos. El peor —como les pasó a ellos— creerse estar en el mejor de los mundos.
Hugo Neira