Manuel Gago

La sombra de Fidel en los Andes peruanos

La sombra de Fidel en los Andes peruanos
Manuel Gago
28 de noviembre del 2016

Relatos engañosos que nos hicieron perder el espíritu democrático

Escucho hablar de Fidel Castro desde niño, desde que un vecino le insistía a mi madre para oír los mensajes del comandante por la onda corta de Radio Cuba; desde que otro vecino, en 1965, deja su familia y sus pertenencias para unirse a Guillermo Lobatón y Máximo Velando, para comenzar la revolución en Perú desde la selva central; y desde que un amigo me cuenta que, en 1962, estuvo en el levantamiento de Jauja, que fue protagonizado por estudiantes del Colegio San José junto con un grupo de campesinos. Toda mi generación bajo una ideología cuyas consecuencias lamentamos. La dictadura de Juan Velasco Alvarado quiso para Perú otra Cuba, sin los fusiles y sin las gestas heroicas que deslumbraron a Latinoamérica.

Javier Heraud es el nombre de mi promoción y bastó uno de la clase con nobles sentimientos para seguirlo. Una herejía para los salesianos, por dejar de lado a Domingo Sabio. Descubrí después al poeta de 21 años que, en 1963, fue abatido en Madre de Dios después de un frustrado intento revolucionario, junto a otros quince jóvenes. La inspiración de Fidel Castro y sus barbudos de Sierra Maestra fue una realidad.

Los revolucionarios insisten en que mientras existan opresión y miserias populares, el marxismo estará para combatirlas. Pregonan las industrias estatales por —según dicen— soberanía y dignidad, para defender los intereses de los pobres. De “soberanía y dignidad” se llenaron horas de clases durante la revolución peruana. Por “soberanía y dignidad”, Lima está estancada hoy en cada esquina, perdió el metro cuando un consorcio interesado en la construcción pedía veinte años de concesión.

Mi generación creció bajo esa sombra cubana, perdiendo su espíritu democrático y sometida a relatos engañosos, totalitarios, por no conocer más allá de sus montañas y sus apus. Ese es el legado de una revolución que quiso entrar a mi casa por la radio, que convenció a muchos de que el “el rico ya no comerá de su pobreza”, profundizando la lucha de clases, y no los encuentros ni entendimientos. “La derecha debe ser aplastada” es el pensamiento absolutista del comunista Vladimir Cerrón, ex presidente regional de Junín.

Los revolucionarios profundizaron los odios, los resentimientos, el desgano y la mediocridad a la vista y paciencia de una oligarquía dominante, a la que poco o nada le importaba el país, tan solo la codicia. La gente dejó de creer en las ganas y motivos, la buena voluntad y de valerse por sí misma. La influencia de Fidel y el desinterés de los dominantes hicieron de Perú un país con pies de barro, de mediana talla, de gente pedigüeña esperando que el gobierno, o quien sea, les resuelva sus problemas, sin el empuje de sus entrañas. Qué pena, los chicos de Jauja, Heraud, Lobatón y Velando, que murieron sin saber que su ideario comunista solo traería mediocridad y sufrimientos.

Fidel Castro merece respeto. Hasta su último suspiro fue fiel al socialismo. Las multitudes de la Plaza de la Revolución lo acompañan, convencidas de los mismos ideales; por ser esa la identidad de Cuba, por no conocer más, por no poder comparar. Hablamos de multitudes, no de pulpines haciendo marchitas frivolonas.

Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, los puntales fidelistas en Hispanoamérica, le cantarán a su comandante; aun cuando Silvio se desencantara del comunismo y Pablo dijera que la “revolución ha ido en decadencia”. Los cubanos de Florida festejan como hacen los canallas, los inmisericordes y los que no perdonan, haciendo exactamente todo lo que critican.

Manuel Gago

Manuel Gago
28 de noviembre del 2016

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