Carlos Adrianzén

Ironías económicas recientes

Odiamos justamente aquello que necesitamos

Ironías económicas recientes
Carlos Adrianzén
05 de diciembre del 2017

 

Analizar el comportamiento de corto plazo de la economía peruana es usualmente una tarea sugestiva. Primero, porque se presta a continuas contraposiciones: por un lado están las opiniones de la burocracia y algunos de los bancos comerciales locales que anticipan florecimientos —por ejemplo, para el tercer trimestre del año un ritmo de crecimiento del orden de 4% a 5%—, y por otro están las cifras oficiales que —a modo de velocímetro— nos recuerdan que a septiembre pasado el crecimiento anualizado de la economía peruana bordeaba apenas el 2.6%. Un porcentaje un décimo mayor al promedio mensual registrado entre julio y septiembre de este año.

Segundo, porque frente a un nuevo statu quo posthumalista, sellado por continuos escándalos de corrupción burocrática y que no levanta el vuelo, a pesar de que los precios externos han mejorado mucho, mucha gente repite que este es el momento de inyectar optimismo a como dé a lugar, que “hay que hacer algo” para que todo se resuelva solo. Desdichadamente, si en algo tienen razón los economistas clásicos es que todo se resuelve solo sin desesperarse por patear el tablero, pero en el largo plazo. Y si, y solo si, existen instituciones capitalistas consolidadas.

Latinoamérica por ejemplo, resulta una fuente inagotable de quiebres institucionales y casos de fracaso económico, al tener poblaciones que mayoritariamente aún creen ciega y transversalmente en las mágicas intervenciones burocráticas, mientras carecen de instituciones productoras de riqueza y crecimiento. Si algo caracteriza a nuestra región, desde el Río Grande hasta tierras araucanas, es la confianza infundada en el burócrata y el temor al mercado. Observemos, por ejemplo, lo que sucede hoy en Chile o Brasil. Y el Perú hoy no sale de esta perspectiva.

 Se condene o no a todos nuestros ex gobernantes e incluso se incluya al actual, lo cierto es que —debidamente torturadas— las cifras de crecimiento económico reciente nos confiesan algo que deberíamos tener en especial consideración. El 2.6% de crecimiento anual a septiembre pasado describe un tránsito consistente hacia ritmos de significativamente menor crecimiento económico. Hacia una tasa de crecimiento económico equivalente a un tercio de la observada cinco años atrás y a la cuarta parte de la registrada a mediados del 2011. Solo como indicador, el ritmo anualizado del crecimiento del PBI constructor resulta 20 puntos porcentuales menor al registrado a septiembre del 2014 (de 15% a -5% anual).

 Si queremos discriminar el crecimiento de la producción primaria y no primaria, sorprendentemente descubriremos una mayor correlación estadística entre el crecimiento del PBI no primario y el crecimiento de la economía en su conjunto. Esto a pesar de que el ritmo de crecimiento anualizado no primario se redujo del 7% al 1.7% entre septiembre del 2014 y septiembre del 2016. Así las cosas, una foto reciente del crecimiento económico nacional (a septiembre pasado) contrapone el aludido 1.7% de crecimiento anual no primario (servicios et al), con un 5.5% primario (minería et al) y un -3.4% de PBI de inversión privada (perdón, PBI constructor).

Esta foto, frente a precios de exportación que crecen muy significativamente (al 22.5% en los últimos dos años), nos plantea una ironía. Buenos precios van acompañados con crecimientos económicos mediocres. Y es que buenos precios no bastan. Y tal vez nunca bastaron como elemento que explique nuestra suerte económica. OH y PPK no solamente han sido golpeados por los escándalos de corrupción, ambos han aplicado políticas económicas muy erradas. Mientras que a Humala el crecimiento no le servía (en sus supuestos afanes redistributivos) a Kuczynski un crecimiento económico mediocre parece satisfacerlo.

La lección no aprendida es, pues, una muy sencilla: requerimos priorizar el alto crecimiento. Y ello no requiere más burocracia, ni más regulaciones, ni más deuda pública, ni más supuestamente salvadoras políticas públicas o impuestos. Solo requiere mucho menos de todo eso, guiado por una clara y mucha mayor institucionalidad capitalista (dinero estable, mercados profundos y derechos de propiedad privada).

Odiamos justo lo que necesitamos ¿Algo irónico no?

 

Carlos Adrianzén
05 de diciembre del 2017

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