¿Hasta cuándo la “herencia corrupta”?

Sobre la reciente sentencia a Fujimori y su efectos políticos con miras al 2016.            

La reciente condena contra el ex presidente Alberto Fujimori, en el juicio por el caso de los llamados “diaios Chicha”, es para sus seguidores parte de un andamiaje elaborado desde su caída del poder, en el año 2000. La pena impuesta es 8 años de prisión por el supuesto delito de peculado, que un 30 % de la población (núcleo duro que vota por el fujimorisno) no le cree al Poder Judicial, institución que tiene un paupérrimo 10% de credibilidad y confianza. Es la quinta condena que acumula el Chino.

El fujimorismo, con un importante porcentaje de partidarios, es hoy la fuerza política con mayores probabilidades para las presidenciales del 2016. La memoria provinciana recuerda los resultados de una gestión esforzada por devolverle al Perú la viabilidad de la que hoy gozamos, a pesar de los sinsabores diarios de todo orden.

Hugo Neira – excepcional columnista de este portal – decía, después de su recorrido por la serranía, antes de las elecciones del 2011, que la constante en todos esos pueblos todavía abandonados eran Fujimori y Humala. Claro, para Ollanta Humala el trote en medio de los pobladores le sumó más votos ofreciendo gas barato y pensión 65, manjares para la conciencia pedigüeña nacional.

¿Qué puede haber cambiado desde entonces? Mucho. Las provincias están desilusionadas, la regionalización no ha servido de nada, se han profundizado la desesperanza y la desconfianza. La ilegalidad se ha convertido en el “recurseo” para completar la canasta familiar o la vida loca.

La gente se siente defraudada por los políticos locales y nacionales. El enganche que tuvo con Humala fue una luna de miel fugaz, un choque y fuga. Los pueblos olvidados reconocen cuando un acercamiento es genuino, cuando es solo para la foto y titulares y cuando es para resolver la urgencia de la posta médica o el regadío. Con la regionalización, el Perú es ahora un tablero de ajedrez, cada cuadrante ocupado por caudillos regionales indiferentes con la unidad y los intereses nacionales, sin un marco legal que garantice la eficacia de los gastos.

De extracción popular, el Fujimori mal vestido y mal hablado, menospreciado por una clase política acorralada por sus miedos, se ganaba sorprendentes simpatías en ese Perú que todavía sigue siendo ignorado, al que se acude por votos cada vez que tenemos elecciones.

Todavía se habla de la “herencia corrupta del régimen fujimorista” después de haber tenido a Toledo y García como presidentes y a un año y medio de la salida de Humala, sin que ninguno de los tres haya tenido la capacidad ni la decisión política de acabar de raíz con la corrupción. La inmediatez le gana a un plan educativo y de largo alcance. Menos palabreo y más respuesta urgente es lo que se pide a gritos.

Sin reformas fundamentales, la informalidad es consecuencia de tantos reglamentos, normas y ordenanzas que lo detienen todo. La inseguridad ciudadana ha convertido la lucha contra la delincuencia en endeble plataforma política cargada de arrebatos callejoneros propios de cualquier achorado de barracón. Así como se derrotó al terrorismo, de la misma manera se puede vencer a la delincuencia. No con voluntarismos ni bravuconadas sino con la competencia coordinada de todos los actores de la sociedad.

Por el lado de Fujimori, la constante de la que habla Neira parece estar intacta. Más de uno, a 3 mil metros de altura, en esos anexos con carreteras abandonadas y colegios nuevamente derrumbándose, te dicen claramente: “No te metas con el Chino”.

Por Manuel Gago Medina
(12 - Ene - 2014)