Guillermo Vidalón

Ética e inteligencia

Ética e inteligencia
Guillermo Vidalón
21 de septiembre del 2016

Las garantía con que cuenta un Estado democrático

El 12 de setiembre pasado se cumplieron 24 años de un hito en la lucha contra la subversión, el líder de uno de los movimientos terroristas más sanguinarios del mundo había sido capturado sin ejecutarse un solo disparo. No obstante, su derrota empezó en el preciso instante en que su discurso “Por un mundo mejor” se convirtió en instrumento de su obsesión por la muerte, cobrando la vida de miles de peruanos.

La irrupción de la subversión se hizo a través de un hecho político: la destrucción del material a emplearse en el proceso de retorno a la democracia a través de las elecciones generales de 1980. Por entonces el país atravesaba una crisis económica que disparó la inflación hasta 70% anual. El mandatario de entonces, Francisco Morales Bermúdez, tenía como principal preocupación la entrega del mando a quien resultase elegido. El arq. Fernando Belaunde Terry ganó y retornó al poder tras ser depuesto por una cúpula militar que encabezó el general Juan Velasco Alvarado, el 3 de octubre de 1968.

Belaunde inicialmente minimizó el accionar de la subversión, para terminar delegando el control político y militar en Ayacucho, zona neurálgica del accionar terrorista. Es cierto que el Estado estuvo desconcertado y su respuesta no fue meditada. Por entonces, algún mando militar expresó algo así como que “en un pueblo de cien personas puede que haya tres terroristas, pero como no se puede saber quiénes son, es preferible asegurarse”. El mayor número de muertes, tanto como consecuencia del accionar subversivo como de la respuesta estatal, corresponde a este período.

Las Fuerzas Armadas y Policiales enfrentaron una guerra no convencional y asumieron una responsabilidad que carecía de liderazgo político y tuvo aciertos, errores y excesos tipificados como acciones delictivas. Al interior del gobierno hubo tensiones entre quienes demandaban un cambio radical en la estrategia antisubversiva y quienes querían proseguir con lo que algunos denominaron “tierra arrasada”. En el primer gobierno de Alan García el número de víctimas disminuyó con relación al quinquenio anterior, pero no de manera significativa. La inteligencia empezó a abrirse camino en un bosque plagado de espinas. La subversión golpeaba al Estado para que continúe con la política de “tierra arrasada”, porque así se generaban “las condiciones sociales para la revolución”. Acorde con el enunciado leninista, la vida para ellos era —y de seguro sigue siéndolo— despreciable.

En el terreno civil, la ciudadanía también libró una lucha demostrando su superioridad moral. Al cántico de “Queremos la paz”, millones de creyentes y no creyentes desafiaron el discurso subversivo. Era un cántico de unidad en favor de la vida. También se enfrentaron a quienes erradamente promovían el denominado “golpe por golpe”, que no era más que enfrentar la muerte con la muerte. En este proceso ambos bandos se degradaron moralmente y quizás nunca logren resarcirse de sí mismos.

Las conductas éticas se fueron abriendo paso, demostrando que la opción por la vida siempre es y será superior. La inteligencia, guiada por una convicción superior, sea desde la perspectiva de la fe o partiendo desde la integridad moral, es la mayor y quizás la única garantía con que cuenta un Estado que se precia de democrático.

P.D.: No es casualidad de que los artífices de la violencia, de un extremo y otro, hoy estén encerrados en celdas contiguas.

 

Guillermo Vidalón del Pino

 
Guillermo Vidalón
21 de septiembre del 2016

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