Arturo Valverde

El presidente sin botas

El presidente sin botas
Arturo Valverde
19 de mayo del 2016

Por su formación militar, debió ser más duro con la delincuencia

La incapacidad del comandante Ollanta Humala para hacer frente a la delincuencia será una de las razones por las que millones de peruanos recordaremos al militar que debió tener mano dura contra los delincuentes, y que bajo el lema “honestidad que hace la diferencia” resultó el mayor fraude. Sus incontables inaptitudes políticas que involuntariamente destacaban cada vez que emitía un comentario entre sus eternas muletillas verbales —las que daban una cadencia monótona a sus pensamientos ausentes— son mérito suficiente para llenar media página en los libros de historia del Perú. Y seguro lo que se escriba de su gobierno, no será sobre él. Nunca hubo un “él”.

La insensibilidad del gobierno, reflejada en personajes que frente a la demanda de mayor seguridad de los padres de familia —que ven con miedo a sus hijos irse a la universidad o colegios sin saber si alguien los matará por un celular o los violará en el camino— es una muestra más del fraude del hombre que hoy pide que sus programas sociales continúen, porque el asistencialismo formó parte básica de su política. Quién le dará asistencia a Humala después del 28 de julio, debe de ser una de sus mayores preocupaciones.

Mientras tanto, frente a las universidades, nuestros jóvenes (los futuros vallejos, basadres y ribeyros) son asesinados por no tener qué robarles. Te quemo porque eres pobre. ¡Bang!

—Declaremos el estado de emergencia en Lima.

—No, hombre. Estás loco.

—¡Pero seguirán matando jóvenes!

—Si lo hacemos, significaría que hemos fracasado.

—No entiendo.

—¿Te imaginas decir al país que hemos perdido Lima frente a la delincuencia?

—¿Y si sacamos al ejército a las calles?

—Le daríamos la razón al APRA y tantos enemigos que hemos cosechado.

Nunca tuvo la capacidad para oír, muchos menos de escuchar. Cuando una pobre madre enterraba a su hijo asesinado al salir de su universidad, o un padre sacaba de las entrañas de la tierra el cuerpo hecho mil pedazos de su hija después de ser víctima del festín sexual de un grupo de malnacidos, el que no es “él”, procuraba extender las medidas de seguridad para su linaje. Desayunaba los fines de semana en la Alianza Francesa de Miraflores para extraerse del país de Grau-Bolognesi-Ugarte, y trasladarse al París que tanto añoran, ensalivando un croissant por la mañana. Yo aprendí francés para leer a Balzac, Malraux, Pauwels o entender a Gainsbourg.

Después de julio pocos sentirán nostalgia de volver a escucharlo repetir: “Que levante la mano el que ha hecho servicio militar”. O cuando decía que los hombres que usan el pelo largo parecen mujeres, de forma despectiva. Usted nunca cantó con Miguel Cantilo: “es mejor tener el pelo libre que la libertad con fijador”. Ni con botas o mocasines ha sabido caminar y entender el país. Terminó por confundir más al pueblo, que pensaba que un hombre con botas y pantalones podía luchar contra la delincuencia. Su lucha fue contra la política, que confundió con un tipo de gas que paralizaba su respiración. La política sufrió su mala puntería.

Pudo ser peor, dicen ahora; nos salvamos de la reelección conyugal. Y todo comenzó con unos reservistas que deambulaban por nuestros barrios, y otro corriendo alrededor de un cerro. Digno personaje para ser extra en una obra de Felipe Pardo y Aliaga o una mala humorada de Yerovi.

 

Arturo Valverde

 
Arturo Valverde
19 de mayo del 2016

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