Dante Bobadilla
El museo del terror caviar
El LUM es la consagración de los excesos y errores de la CVR
¿Para qué necesitamos un museo del terror mostrando los horrores vividos en los ochenta? No lo entiendo. No me vengan con esa huachafería de “un país que olvida su pasado…”, ¡por favor! Aunque en verdad la huachafería es lo que más caracteriza a nuestra caviarada: la pose social y su culto por todas las chucherías que consideran dignas de su elevada intelectualidad.
He leído varias columnas histéricas de niños bien defendiendo el museo del terror, ese que la caviarada ha nombrado candorosamente “Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social” (a) LUM. ¿No es lindo? Han tachado de brutos, fachos, ignorantes, achorados y conservadores a quienes discrepamos de ese monumento a la huachafería y la estupidez disfrazada de “memoria y verdad”. Nobles columnistas han hecho lo posible por tomar distancia de la chusma fujimorista y del general ayacuchano que habla con dejo de mote y cancha, y que tuvo la insolencia de exponer a una guía del LUM pidiendo clemencia para Abimael Guzmán y responsabilizando a las FF. AA. por la masacre de Uchuraccay.
Es que acá solo la nobleza caviar sabe de arte y de museos. Solo la intelectualidad caviar posee la fina sensibilidad para reconocer la dolorosa necesidad de rendir culto a la memoria y la verdad, con una exposición permanente de fotos de terror, con cursilerías bobas como la ropita de un niño encontrada en una fosa, o representaciones gráficas de los militares violando campesinas. Exquisita sensibilidad por la memoria. “¿Por qué ocultar la verdad?”, dicen afectados de profunda congoja por las víctimas de la violencia, mientras posan con toda su cursi beatería para exponer la incuestionable moral de sus ideas.
El LUM es la consagración del pensamiento CVR. Por eso sus defensores hablan del “conflicto armado interno”, un falso concepto que no refleja la verdad, pues evoca más una especie de guerra civil en lugar de lo que fue: una escalada terrorista de dos grupos de izquierda contra el Estado y el pueblo peruano. Lógicamente las fuerzas del orden tuvieron que repelerlos, pero eso no convierte los hechos en “conflicto armado interno”. Este es un concepto maniqueo que busca confundir, creando la impresión de dos frentes iguales con culpas compartidas.
También el LUM busca el mismo propósito exponiendo en un mismo lugar a los terroristas de izquierda y a las FF. AA., hablando incluso de “terrorismo de Estado”. En toda guerra hay excesos abominables. Eso es precisamente lo que pasa cuando se elige la violencia como opción; se abre una caja de Pandora y salen todos los males de la humanidad. ¿Pero entonces quién carga con la responsabilidad de todo lo ocurrido? El truco caviar es repartir las culpas entre los grupos terroristas, el Estado y las FF. AA., mientras ellos se lavan las manos. ¿No es fino? ¿Quién les dio a los caviares el derecho y el poder para ejercer de jueces?
Los caviares también fueron grandes responsables de la tragedia vivida. Ellos les dieron el soporte ideológico a la izquierda vendiendo el humo de la alianza estudiantil, obrero y campesina para la revolución. Los más conspicuos miembros de la caviarada miraflorina, con nobles y exóticos apellidos y abolengo que se remontan a la Colonia, ilustres hijitos de papá cargando complejos sociales, educados en los mejores colegios religiosos y consagrados en la PUCP, ellos atizaron la hoguera con sus escritos y sus lecciones en la academia, predicando la lucha armada como necesidad histórica. El terrorismo no fue idea de los campesinos ni de los pobres ni de los estudiantes, sino de los caviares, aunque otros lo llevaron a cabo.
Y curiosamente fueron los mismos caviares quienes armaron luego la CVR para lavarse las manos y culpar a otros, a los cholos alzados en armas, a los cachacos del Ejército y a Fujimori. Y son exactamente los mismos que hoy defienden el LUM con su inteligente y fino verbo, desde sus columnas, donde siguen señalando el luminoso sendero de la verdad histórica. Son los dueños de la narrativa, la moral y de las normas de la corrección política. Ellos nos dicen en qué debemos creer, qué debemos idolatrar y a quién tenemos que odiar. Nada ha cambiado en este país de tontos útiles. No hace falta que la historia se repita.
COMENTARIOS