Manuel Gago

¿Azuzadores o comunicadores?

Más humano el ladrido de los perros que la infame prensa

¿Azuzadores o comunicadores?
Manuel Gago
15 de octubre del 2018

 

No hay lugar en donde la gente no repita, con enorme desparpajo y casi al dedillo, lo que oye de otros. Retahílas de relatos fuera de la realidad, aprendidos de memoria para no desentonar con una corriente de opinión propiciada por un sector de la prensa que no se hace responsable por los daños ocasionados a la población. Ese sector de “comunicadores” es el operador de los grupos de poder económico que pretenden controlar el país a su antojo.

Es la misma prensa que quiere seguir sobreviviendo de la publicidad estatal, intentando imponer un solo relato y una sola historia en el país. Alienan a sus lectores por intermedio de la política menuda: incendiaria y despiadada, tal como se hizo en 1932. En esos días, el Congreso de la República —controlado por una oligarquía dominante y conservadora— aprobó una ley “para movilizar legalmente las fuerzas vivas de la nación contra el ciudadano que osara desobedecer las órdenes y decretos del Gobierno”. La Ley de Emergencia Decreto Nº 8505 —del 1 de enero de 1932, en el Gobierno del comandante Luis Sánchez Cerro— fue festejada por los medios de comunicación. Sus contenidos y sus titulares azuzaron a perseguir a Víctor Raúl Haya de la Torre. Durante la clandestinidad, Haya escribe que “el ladrido de los perros es más humano que el azuzar infame de la prensa”. Lapidaria idea de Haya de la Torre sobre los medios de comunicación que vuelve a ser vigente en estos días.

No es, entonces, novedad que los medios de comunicación intenten manejar los hilos conductores de la economía y la política peruana. Utilizan sus portadas y sus contenidos “noticiosos” para favorecer a las empresas de su entorno y para anular a sus adversarios políticos y empresariales. La llamada Ley Mulder, que prohíbe la publicidad estatal en los medios de comunicación privada, les cayó como un balde de agua fría y movieron todos los hilos para anularla. Empresas de comunicación y de construcción confabuladas en contra de los intereses peruanos. Detestan al fiscal de la Nación Pedro Chávarry por no ser parte de su entorno y por atentar contra sus intereses. A ese juego, por popularidad, con desfachatez y sin sangre en la cara, se ha sumado Martín Vizcarra, el mandatario del país.

Luis Fabián, desde Satipo, no entiende cómo algunos peruanos odian a muerte a Alberto Fujimori. “Entendería si fueran partidarios de Sendero Luminoso, por haber presentado a su líder, Abimael Guzmán, enjaulado. O si fueron parte de esa bicameral cerrada en abril de 1992 que no debatía el progreso del Perú”. Según Fabián, esas dos entidades tendrían razones para odiar a Fujimori. Escribe que se alegró cuando Fujimori cerró el Congreso y puso punto final al terrorismo, lo que ahora todos callan por cobardía. Esboza una sonrisa de desprecio cuando oye a los apristas, toledistas, ollantistas, belaundistas, pepecistas hablar sobre inmoralidad, corrupción y crímenes de lesa humanidad.

A esta situación de vergüenza se ha llegado por la plata y por un enorme aparato corruptor organizado por la izquierda latinoamericana junto a las constructoras brasileñas, Petrobras y el Banco Nacional de Desarrollo (BNDES). El Foro de Sao Paulo con Inácio Lula da Silva (el encarcelado ex presidente de Brasil por delitos de corrupción), el Partido de los Trabajadores (PT) y las constructoras brasileñas hicieron grandes amistades en el gremio periodístico peruano. El dinero corrió, y bastante, y por distintas razones. Con el exceso que cobraron por las obras públicas contratadas pagaron premiaciones y auspicios a desvergonzados periodistas. Los coleguitas pensaron que por su posición de dominio nunca serían señalados. El diseño perverso de Odebrecht calzó como un guante en la política peruana y en una parte del gremio periodístico, convertido en azuzador en lugar de comunicador.

Por esa prensa azuzadora, un importante sector de la juventud está enajenado. El corderismo es la grave enfermedad que está destruyendo el espíritu reflexivo de las personas. Sin mayor idea repiten los relatos ajenos, sin asumir los suyos por temor a ser abandonados por la manada. Enajenados por completo, los jóvenes han comenzado a odiar porque los grandulones —sin ser senderistas ni haber sido despojados de su bicameral— lo hacen.

 

Manuel Gago
15 de octubre del 2018

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