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Elecciones y miedo electoral

Elecciones y miedo electoral
Víctor Andrés Ponce
08 de abril del 2016

¿Otra vez el escenario de las elecciones del 2011?

La posibilidad de que Verónica Mendoza dispute la segunda vuelta con Keiko Fujimori y deje en el camino a PPK ha desatado los mismos temores y aprensiones desencadenados en la segunda ronda del 2011, en la que se impuso Ollanta Humala sobre la candidata naranja. Más allá de los resultados de este domingo, en el Perú siempre se ha sostenido que la historia y los hechos son circulares; es decir, dibujan una curva y retornan al mismo punto del que partieron. En efecto, esta elección nacional podría convertirse en un calco de la anterior.

Sin saber cómo Mendoza, una candidata de rostro amable y joven, que muy pocos identifican con el estatismo, el proteccionismo y el marxismo, se ha ubicado en una situación tan expectante que toda la reciente historia del Perú se vuelve un enorme signo de interrogación. ¿Cómo explicar que el marxismo más doctrinario, incluso más pétreo que el nacionalismo del 2011, hoy se convierta en una posibilidad?

Para responder a esta pregunta quizá valdría formular una más general. Sin el antifujimorismo y el antiaprismo que algunos cultivaron con pasión en los últimos cinco años, ¿habrían existido Julio Guzmán, César Acuña, Alfredo Barnechea y Verónica Mendoza o cualquier fulano o mengano que representan a la novedad? Es evidente que no.

¿Estamos acaso sosteniendo que oponerse al fujimorismo y al aprismo fue un error? De ninguna manera; pero una cosa es oponerse y desarrollar legítimamente una opción alternativa, y otra bien diferente es cultivar el antivoto, en el que los enemigos de mi enemigo resultan mis amigos. De alguna manera, Mendoza no existiría y la izquierda radical ni siquiera pasaría la valla electoral sin esa voluntad excluyente del antivoto.

Los hechos y la realidad favorecen al optimismo. El cuarto proceso electoral sin interrupciones, el crecimiento y el arrinconamiento de pobreza a solo 20% de la población; claro, también problemas estatales que no se superan, pero nada tan grave como para que surja una posibilidad antisistema nítida y evidente.

Ahora bien, ¿a quién le cargamos las tintas por esta peligrosa posibilidad? A los partidos políticos, por supuesto; pero las raíces del problema son más profundas. Detrás de la crisis del sistema político está la ausencia de una elite y de una clase dirigente nacional que conquiste la hegemonía ideológica y cultural del país.

En otras palabras, la guerra ideológica —que explica la pervivencia de la libertad en las sociedades abiertas— ha sido abandonada a favor de la influencia de la izquierda en la construcción del “sentido común” en el país. Los relatos sobre la CVR, sobre la cuestión ambiental, sobre la relación entre el Estado y el mercado, y otros temas se organizan y fortalecen envueltos en la gran envoltura del antifujimorismo que, a estas alturas, ha demostrado que puede parir cualquier cosa.

Algunos creyeron que el crecimiento, la reducción de pobreza y el engrosamiento de las clases medias eran avances suficientes para mantener la libertad política y económica. No obstante, las posibilidades electorales de Mendoza nos demuestran que la libertad no solo es resultado de fenómenos económicos y sociales, sino también —y sobre todo— de las guerras ideológicas que se sostienen contra los enemigos de la sociedad abierta. Algo que todos hemos olvidado en el Perú. Ojalá no sea demasiado tarde para recordarlo.

Víctor Andrés Ponce

 
Víctor Andrés Ponce
08 de abril del 2016

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