¡Seguimos cayendo en medio de polarización!

Perú pierde veinte posiciones en competitividad

El World Competitiveness Index, de la escuela de negocios suiza IMD, acaba de establecer que el Perú perdió veinte puestos en competitividad desde el 2008 hasta la fecha. El reporte señala que, considerando los veinte factores que el IMD toma en cuenta para establecer el índice de competitividad, el Perú descendió en quince, mantiene la ubicación en cuatro y mejora en otros cuatro.

En otras palabras, lo que el mencionado reporte nos dice es que el Perú ha perdido el impulso reformista que alguna vez llevó a considerar a nuestro país como el milagro económico de América Latina; no solo por sus tasas altas de crecimiento, sino también porque lideraba el proceso de reducción de pobreza en la región. Si a estos datos le agregamos que el IMD de Suiza también presentó el ranking de Competitividad Digital Mundial del 2017, en el que de un total de 63 países medidos, el Perú figura en el lugar 62, solo por encima de Venezuela, las cosas se presentan absolutamente sombrías para el futuro.

A luz de estos indicadores ya no se puede negar una verdad incuestionable: el Perú comienza a ser atrapado por la llamada “trampa de ingresos medios” que afecta a las sociedades de ingreso medio que luego de una sorprendente etapa de crecimiento y de reducción de pobreza —gracias a una primera generación de reformas— comienzan a lentificar el crecimiento hasta acercarse a la recesión. En este contexto, este tipo de países vuelven a aumentar pobreza y, entonces, comienza un proceso de involución estatista antimercado, tal como sucedió en Venezuela y Argentina.

El tema es tan vital para las sociedades de ingreso medio que, por ejemplo, el Banco Mundial ha establecido que solo 13 de los 101 países de ingreso medio en la década de los sesenta logró superar la tan temida trampa.

El Perú logró reducir la pobreza del 60% de la población a solo 20% en el curso de 25 años gracias a una primera generación de reformas que terminaron con el proteccionismo, el Estado empresario y la inflación desatada por el gasto social indiscriminado. La izquierda suele señalar que el crecimiento del país solo se explica por el llamado súper boom de los commodities. Sin embargo, terminado el ciclo de precios altos de las materias primas, nuestro país sigue demostrando fortalezas económicas envidiables, mientras el desastre aqueja a Venezuela, Argentina y Brasil. La diferencia, pues, está en la primera generación de reformas desreguladoras que impulsó al Perú.

Sin embargo, el índice de competitividad de la escuela de negocios de Suiza nos señala que el impulso reformista se comienza a agotar. Empezamos a perder competitividad aceleradamente. Pero no solo son los índices de entidades internacionales. El hecho de que la inversión privada siga cayendo desde tres años atrás y que en el primer trimestre del 2017 el Perú solo haya logrado crecer al 2% del PBI —más allá del caso Lava Jato y El Niño costero— nos demuestra con absoluta claridad que se comienza a ralentizar el crecimiento, tal como sucede con las sociedades que comienzan a ser capturadas por la ya mencionada trampa de ingresos medios.

El desplome de nuestra competitividad que reduce significativamente la potencialidad del crecimiento del PBI se produce en medio de una polarización extrema entre Ejecutivo y Legislativo que no parece amainar. Y no obstante que el pepekausismo y el fujimorismo son dos fuerzas promercado, con matices y sesgos diferentes, todo parece señalar que ambas fuerzas están más interesadas en priorizar la confrontación política que impulsar una agenda de reformas que nos permita retomar tasas altas de crecimiento para seguir reduciendo pobreza como antes.

Gravísimo error. Relativizar el crecimiento es organizar un escenario favorable a las fuerzas antisistema y proestatistas en el 2021.