Se profundiza la desaceleración

La inversión privada, motor del crecimiento económico, se apaga por desconfianza.   

El fantasma del pesimismo se extiende sobre la economía que, alguna vez, fue considerada el milagro económico de América Latina. Según el Instituto Nacional de Estadística (INEI), la economía del Perú apenas creció 0.94% en febrero y ya se proyecta que la expansión de marzo será menor del 1%. Si se mide el crecimiento del último año (entre marzo del 2014 y febrero del 2015), la expansión económica sería del orden del 1.8%.

Los analistas más optimistas indican que el país podría crecer cerca del 3%, sobre todo, porque en el segundo semestre del 2015 entrarían en operaciones proyectos mineros como Las Bambas, Constanza y Toromocho, aportando entre 1% y 1.5% del PBI.  Claro, a menos que la prédica del radicalismo anti minero triunfe en Tía María y luego avance sobre Las Bambas.  Gigantesco reto para el Gabinete Cateriano.

Algunos pretenden explicar la desaceleración de la economía solo como resultado de la caída de los precios de los minerales. Nadie puede negar verdades inmensas como cordilleras. Pero si los diversos proyectos paralizados como Conga, La Granja, Michiquillay, Quellaveco y otros hubiesen entrado a operar, estamos absolutamente seguros de que el Perú no habría perdido los primeros lugares que había alcanzado en América Latina en cuanto a crecimiento y reducción de pobreza.

La economía nacional se ha desacelerado con gravedad porque el principal protagonista del milagro económico, es decir la inversión privada, cayó en alrededor de 2% el 2014, no obstante que en la última década había crecido sostenidamente por encima de los dos dígitos. En el Perú, de un total de más de US$ 50,000 millones de dólares de inversión (más del 25% del PBI), el 80% corresponde al sector privado. Con la caída de la inversión privada, inevitablemente, también se han desplomado las exportaciones.

Ahora bien, ¿por qué se derrumba la inversión privada? Una causa evidente y directa son las señales confusas y contradictorias que el gobierno nacionalista envío a los mercados durante los primeros dos años de administración. Pero otra también tiene que ver con la desidia e indiferencia de los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García y  Ollanta Humala en abordar reformas estructurales para aprovechar correctamente el llamado súper ciclo de los commodities.

No obstante la bonanza económica, el Perú no avanzó en resolver el déficit de infraestructura que AFIN calcula en US$88,000 millones para potenciar y conectar los diversos mercados nacionales, no se mejoró el entorno institucional con objeto de agregar predictibilidad a la economía, se avanzó muy poco en reforma educativa y casi nada en asuntos de salud. El resultado: antes se consideraba que el crecimiento potencial del país era cerca al 6% del PBI, hoy nadie apuesta al 4%. Así están las cosas en la otrora estrella de América Latina.

Ante esta situación los predicadores del pasado señalan que “ha llegado la hora de cambiar el modelo”, pero no se atreven a decir más. Como saben que el estatismo se hace puré en Venezuela, Argentina y Brasil, no se arriesgan a plantear la receta estatista y controlista y dejan una amplia zona gris en sus discursos. Cuando hablan de fortalecer el Estado no mencionan las reformas estructurales que el país necesita, sino que proponen resucitar al estado-empresario que voló en añicos el Perú de los ochenta. Como se aprecia, la desaceleración no solo es asunto económico. También significa la resurrección de muchos cadáveres ideológicos y, de una u otra manera, también socava los pilares sobre los cuales se mantiene la democracia. Sin embargo la mayoría nacional ya sabe qué es el chavismo, porque los peruanos también fundamos las desgracias económicas de América Latina: el velasquismo.

17 - Abr - 2015