¿Quién acaba con el piloto automático?

Una pregunta crucial para Keiko y PPK

La polarización y el encono que comienzan a apoderarse de los actores de la segunda vuelta están relegando preguntas y temas cruciales. Una interrogante es la siguiente: ¿Pueden la democracia y la economía de mercado continuar si se mantienen las lógicas que se han instaurado en la democracia post fujimorato? O para simplificar las cosas, ¿aguanta el Perú cinco años más de piloto automático? Creemos que no. Si las cosas siguen como están las propuestas antisistema que disputaron las elecciones nacionales el 2006, el 2011 y el 2016 tendrán una gran oportunidad el 2021.

Antes de seguir, hagamos un intento de definir el piloto automático. El crecimiento de los últimos 25 años, que ha arrinconado a la pobreza a solo un quinto de la población, se hizo sobre la base de la inversión privada y las exportaciones, que florecieron con la desregulación de los mercados; pero también con la ausencia de un Estado nacional que resolviera los problemas que debe enfrentar toda sociedad de ingresos medios y que pretende alcanzar el desarrollo. Tenemos mercado, un poderoso sector privado; pero también existe un lado del país que también ha crecido y ha reducido pobreza, pero con mucho más lentitud. Todo eso desata la irritación, y allí están las tres últimas elecciones nacionales y la emergencia de los antisistema y los radicalismos.

La incapacidad de construir un Estado nacional, entonces, es la madre de todos los problemas. Si no hay buenas instituciones, derechos y oportunidades iguales; si no hay buenas carreteras, puertos y suficiente energía y si no existe una buena educación, ¿cómo se va a diversificar y complejizar la economía? La izquierda utiliza estos déficits no para proponer un estado nacional, sino el viejo Estado empresario y proteccionista que se cae a pedazos en Venezuela.

Siempre vale recordar que el triunfo de las propuestas anticapitalistas, cualquiera sea la envoltura ideológica (marxismo, chavismo, teocracias islámicas) sucede en sociedades que crecen con una gran diferenciación social, debido a la falta de un Estado nacional. Occidente escapó de la amenaza anticapitalista con envoltura bolchevique porque fue capaz de organizar estados nacionales que desarrollaron dialécticas constructivas con el crecimiento y la inversión privada.

El Perú ha dejado de ser una sociedad de ingreso bajo para convertirse en una de ingreso medio (alrededor de 11,000 dólares, por paridad de compra). Los economistas y desarrollistas señalan que la mayoría de sociedades de mediano ingreso cae en la “trampa de ingresos medios” (imposibilidad de alcanzar el desarrollo), porque no abordan las reformas urgentes que les permitirían engancharse con la globalización y empezar a competir y cooperar con los países desarrollados.

El asunto se hace más complejo cuando una sociedad de ingreso medio se desarrolla en democracia. El conflicto social ante la ausencia de un Estado nacional se profundiza con el ejercicio de la libertad y la propuesta anticapitalista puede triunfar, tal como ha sucedido en Venezuela, Argentina (de los Kirchner) y Brasil (de Lula y Rousseff).

El Perú está en un momento crucial. Si el próximo gobierno no se lanza a desarrollar las reformas para superar nuestra condición y llevar el Estado a los Andes y las llanuras de la Amazonía, definitivamente, habremos empezado a caer en la trampa de ingresos medios. Como ayer en los países bolivarianos, el discurso radical antisistema regresará con inusitada fuerza y quizá no exista otra oportunidad para la libertad política y económica. Siempre vale recordar que Venezuela se tomará treinta años para recuperar el nivel económico y social que tuvo antes de la aventura chavista. Recuperarnos del velasquismo nos tomó un tiempo parecido. ¿Qué nos dicen Keiko Fujimori y PPK?