Editorial Política

¿Qué ha pasado en Chile?

El mayor experimento neomarxista luego de la caída del Muro

¿Qué ha pasado en Chile?
  • 18 de mayo del 2021

El 60% de los representantes electos para la asamblea constituyente en Chile están bajo control de las diferentes corrientes progresistas, marxistas y comunistas, que buscan redactar una Constitución anticapitalista. La derecha (UDI y Renovación) ni siquiera llega al tercio suficiente para vetar la ofensiva constitucional colectivista, y tampoco parece viable una alianza entre la propia derecha y los sectores de la izquierda democrática de la pasada Concertación. El huracán colectivista, progresista y comunista sopla en todas las direcciones bajo la movilización en las calles.

De acuerdo a los documentos presentados, la nueva Carta Política contendrá todos los ingredientes progresistas (estado plurinacional, temas de género, relativización del papel de la familia nuclear y hasta la legalización del aborto), junto a la relativización de la propiedad privada, los contratos y el fin del papel subsidiario del Estado frente a la inversión privada. A partir del nuevo texto constitucional, entonces, la propiedad solo será viable cuando “cumpla una función social” (al margen del lucro) y regresará al Estado empresario “para garantizar la redistribución de la riqueza”.

Ante este panorama devastador para las libertades, la enorme pregunta es, ¿cómo la sociedad con el ingreso per cápita más alto de América Latina, con la mayor cantidad de clases medias consolidadas y menos pobreza en la región, se ha embarcado en este suicidio nacional? ¿Cómo la sociedad con la mejor educación en Latinoamericana decide regresar el Estado colectivista?

La única respuesta: la derecha, el empresariado, la burguesía y las élites chilenas, abandonaron la batalla cultural, ideológica y política, y solo se dedicaron a defender las bases económicas de las libertades. En Chile hubo think tanks y una interesante movilización ideológica alrededor de la economía de mercado, los tratados de libre comercio y el curso de las inversiones. La derecha defendió la infraestructura y la izquierda avanzó en el control de la superestructura.

En este contexto, el colectivismo impuso los sentidos comunes en la defensa de los DD.HH. (se debilitó la autoridad del Estado democrático y se relativizó el papel de la policía y las FF.AA.), en los temas medioambientales, en los temas de género y de familia. Sin necesidad de presentar los programas máximos del comunismo, la izquierda imponía sus criterios en temas parciales. Y de pronto, la derecha, la izquierda, los medios y las élites comenzaron a hablar con el “todos y todas”, como si se tratara de un proceso de modernización.

Con la izquierda a la ofensiva cultural, las izquierdas y las derechas, aceptaron como natural el crecimiento del Estado –se abandonaron importantes reformas–, pero la organización estatal no acompañó el crecimiento y la prosperidad que desataba la inversión privada. Como todos sabemos, cualquier proceso de crecimiento capitalista no solo reduce la pobreza, sino que también aumenta la desigualdad hacia arriba. En comparación a América Latina, Chile es una de las sociedades más igualitarias, con un coeficiente Gini de 0.47. Sin embargo, el comunismo chileno subrayó las comparaciones con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que ubican al país del sur como uno desigual.

De esta manera, la ofensiva cultural del progresismo de Chile logró construir percepciones negativas en base a los índices de los países desarrollados, en vez de establecer las equivalencias con los países de América Latina. Luego de cuatro décadas de economía de mercado, el comunismo pretendía que las pensiones y los servicios sociales en Chile tuvieran los mismos estándares de los países desarrollados, con cuatro revoluciones industriales a lo largo de dos siglos. 

En síntesis, la burguesía chilena se dedicó a invertir, mientras dejaba que sus hijos y las nuevas generaciones fueran educados en colegios y universidades influenciados por el neomarxismo. Los jóvenes que incendiaron Santiago para forzar la constituyente responden a ese proceso.

Al respecto vale señalar que, a lo mejor, Chile representa el mayor experimento neomarxista luego de la caída del Muro de Berlín y del sistema soviético. Estas corrientes reformadas del comunismo renunciaron a presentar programas máximos colectivistas y, entonces, los progresistas chilenos nunca confrontaron directamente la economía de mercado y el sistema republicano. Ahora que controlan la constituyente sí lo harán, sin lugar a dudas. El programa de demandas y movilizaciones parciales del progresismo, ha fundado una nueva vía al poder que puede terminar engulléndose la libertad que construyó Occidente.

  • 18 de mayo del 2021

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