Más allá de la DINI

Reflexiones en torno a un debate necesario sobre el futuro de nuestros servicios de inteligencia           El gobierno ha oficializado el cierre de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI) por 180 días, debido a los recientes casos de espionaje político realizados por agentes de la DINI. El desafío para nuestra democracia no es reorganizar la DINI, sino diseñar un sistema de inteligencia moderno que responda a los intereses del estado y la sociedad y se cancele, de una vez por todas, el uso de la inteligencia a favor de un gobierno determinado o una facción del propio estado. Nuestros servicios de inteligencia siempre han sido utilizados de esa manera. En los 70 la dictadura utilizó el SIN (Servicio de Inteligencia Nacional) para espiar a políticos, periodistas, sindicalistas, etc. A fines de esa década, se descubrió un puesto de espionaje telefónico en el jirón Washington, al lado de la mayor central telefónica de entonces, y los militares que espiaban tuvieron que salir y retirar sus equipos. En los 80 las cosas cambiaron poco. El poder militar siguió controlando el SIN. Durante esa década su jefe fue el general del ejército Edwin Díaz, considerado entonces uno de los personajes más poderosos del Perú. Además, los servicios de inteligencia militares tenían plena autonomía. En los 90 el SIN potenciado se convirtió en la cabeza de todos los servicio de inteligencia, pero se puso al servicio personal de Vladimiro Montesinos y fue utilizado como aparato de persecución contra quienes cuestionaban el poder del “Doctor”. Este período oscuro marcó a fuego la imagen de la inteligencia, que hasta hoy es asociada a todo lo negativo. En ese contexto es pertinente preguntarnos ¿cuál debiera ser el objeto de la nueva reorganización de la DINI? ¿Cambiar solo de directivos o acabar con el uso político de ese organismo? Creemos que éste último debe ser el objetivo y que debería fijarse como una política de estado que le de mayor autonomía y establezca un control democrático efectivo, como en los Estados Unidos, donde el control está en manos del Senado. Defender la seguridad de la nación es una misión noble y compleja. Por eso los servicios de inteligencia de las democracias avanzadas están integrados por ciudadanos cuidadosamente seleccionados y altamente calificados, a quienes se les brinda las facilidades necesarias para que cumplan su misión y apoyo decidido del estado y la sociedad. En el Reino Unido, por ejemplo, la imagen del agente de inteligencia británico es asociada con la de un héroe del cine, James Bond, el Agente 007, cuyas principales virtudes son su lealtad a la reina y su valentía para enfrentarse a los enemigos de la libertad y la democracia. Una democracia sin inteligencia, en realidad, no ha construido las herramientas para defender la seguridad nacional e interna que la respectiva Constitución y leyes encargan al estado y las autoridades respectivas. De allí que todas las democracias longevas también hayan desarrollado sistemas de inteligencia que se han mantenido al margen de gobiernos, de partidos y facciones. Extremando un poco las cosas, ¿podrían existir las democracias inglesas, estadounidenses y francesas al margen de sus sistemas de inteligencia? Parece difícil. En el Perú es hora de aprovechar el derrumbe de la DINI para iniciar un largo debate que nos permita superar las historias efímeras de los aparatos de inteligencia que terminan sirviendo a intereses personales o de facción. En este tema no hay grandes novedades porque, prácticamente, todo está escrito. Las enseñanzas están en las viejas democracias.     04 - Mar - 2015