¿Le falta ambición al Gobierno de Vizcarra?

En la última encuesta de Pulso Perú se registra que se ha incrementado en 10 puntos porcentuales el número de peruanos que consideran que este año habrá más inversión privada, y en en 12 puntos los ciudadanos que perciben que su economía mejorará en los próximos 12 meses. Si a los resultados de la encuesta le sumamos la información de que el PBI en abril podría crecer en 6% —una de las tasas más altas en los últimos meses—, que la recaudación se recuperó en el primer trimestre del 2018 e, incluso, que se reduce el déficit fiscal, entonces es incuestionable que el nuevo clima político está reactivando la economía.

Bueno, pues, el nuevo clima político tiene que ver con las buenas relaciones Ejecutivo-Legislativo y con la clara voluntad del Gobierno de Martín Vizcarra de tomar el rábano por las hojas. O quizá simplemente valga señalar que hoy existe un Gobierno que quiere gobernar. Allí, por ejemplo, está la incuestionable percepción de que la reconstrucción del norte comienza a moverse.

Sin embargo, en el Gobierno de Vizcarra, al parecer, se comienza a notar falta de ambición política: como si hubiese solo el objetivo de volver a hacer funcionar el Estado paralizado por el desastre pepekausa. La falta de una voluntad reformista que enfrente, por ejemplo, la caída del PBI potencial del Perú (capacidad de crecimiento de la economía) que hoy está en el orden entre el 4% y 4.5% —luego de haber estado por encima del 6%— por la ausencia de una nueva ola de reformas económicas y sociales, es una cuestión que definirá el futuro del gobierno de Vizcarra.

La falta de ambición para liderar un paquete de reformas institucionales (no solo en los temas electorales) que conviertan al Ejecutivo, al Legislativo, al Poder Judicial y al Ministerio Público en ejes de una institucionalidad democrática que amplíe derechos, desarrolle predictibilidad institucional y justicia predecible, quizá provenga del no entendimiento de la circunstancia especial de la administración Vizcarra.

Luego de la feroz guerra Ejecutivo-Legislativo, el Congreso casi está en la obligación de apoyar las iniciativas del Ejecutivo. De lo contrario, el fracaso del Gobierno hundiría a gran velocidad al Parlamento. En este contexto, ¿por qué no liderar un paquete de reformas institucionales que conviertan a la administración Vizcarra en la gran reformadora de la democracia pos Fujimori?

La falta de voluntad para implementar una reforma laboral que posibilite avanzar en la formalización de la sociedad y el empleo quizá se explique por la composición de un sector ministros proinversión y otro claramente anti inversión del Gabinete Villanueva. La renuncia de PPK y la necesidad de enfrentar el establishment nadinista con una amplia convergencia en el Legislativo, de alguna manera, determinó la intención de mezclar el agua y el aceite en economía, a tal punto que el equipo ministerial tiene algo de un Frankenstein económico.

Sin embargo, el respaldo total del Congreso al Ejecutivo y las posiciones de la izquierda parlamentaria antisistema contra Tía María y las demás inversiones mineras, deberían llevar a reflexionar al presidente Vizcarra y al PCM Villanueva sobre la pertinencia de los ministros anti inversión y contrarios a cualquier reforma promercado. Al final, semejante intento de juntar la luz y la sombra puede ser paralizante para el Gobierno y revelar una falta de ambición ante este momento especial.

Para entender la circunstancia: no es exagerado sostener que desde la caída del Fujimorato, a lo largo de los últimos cuatro gobiernos democráticos, nunca hubo tanta armonía ni tantos deseos de un Legislativo de colaborar con el Ejecutivo. ¡Presidente Vizcarra, no desaproveche, por favor, la circunstancia!