Las nefastas consecuencias del anti

Una autopsia de la volatilidad electoral de enero

El Perú es una sociedad que, a nivel de América Latina, puede presentar tremendos logros económicos y sociales. Reducir pobreza del 60% de la población a solo un quinto es quizá la gesta social más significativa desde la fundación republicana. Seguir creciendo y reduciendo pobreza no obstante que grandes de la región, como Brasil y Venezuela, se hunden por el estatismo y el proteccionismo debería ser motivo de orgullo nacional. Y avanzar hacia la cuarta elección nacional superando la inestabilidad democrática que caracterizó al país en el siglo XX debería motivarnos a pensar cuán cerca estamos del sueño republicano. Sin embargo estos logros no se condicen con la fragmentación y la volatilidad del actual proceso electoral.

Al final de la administración de Ollanta Humala la mayoría ciudadanos se lleva una pésima impresión del Gobierno. 

El nacionalismo es el ADN del anti y es la catedral de la improvisación. Además, en determinado momento creó tal pánico en las mayorías que el electorado del 2016 parece haberse vuelto conservador en el sentido de mantener las grandes vigas maestras institucionales y económicas. Un posible ensayó desató el pánico.

Semejante escenario debería haber inmunizado a la sociedad en contra de la improvisación. Pero la volatilidad electoral que se registra en las encuestas en la disputa por el segundo lugar nos señala que los electores han comenzado a ensayar en busca de una alternativa que no aparece. La subida de César Acuña y la aparición de Julio Guzmán son expresiones de esa inestabilidad y búsqueda incesante del electorado. ¿Cómo explicar semejante volatilidad en una democracia y sociedad que ha reducido pobreza como nunca?

De alguna manera estamos ante la manufactura del anti, del antifujimorismo y el antiaprismo, que se desplegaron en los últimos cinco años con clara energía palaciega y con el apoyo consciente de la izquierda y el respaldo ingenuo de algunos liberales. Poco a poco el anti fue modelando este escenario de alta volatilidad electoral y, si bien hasta ahora los aparecidos, las novedades políticas,  no se inclinan a cuestionar los pilares de la institucionalidad política y económica, es evidente que no se puede descartar una alternativa con los apellidos de la imprevisión y la mediocridad.

El anti fue agravando la crisis de lo público y creando espacios y franjas para la novedad y quizá para el despegue de un outsider. Sin embargo el militante del anti no sabía para quién trabajaba. Es dramático contemplar a una izquierda desesperada por parar el volátil crecimiento de un Julio Guzmán. Es conmovedor ver a ciertos liberales tratando de bajarle el moño a César Acuña que les respira en la nuca a PPK. La ingenuidad los llevó a creer que  sumarse a las campañas palaciegas del anti iba  a mantener intacto el respaldo a PPK, pero cuando el anti prospera siempre se escucha el grito, ¡qué se vayan todos!

No obstante los candidatos del llamado elenco estable (Keiko Fujimori, PPK y Alan García, sobre todo, los dos últimos) tienen la responsabilidad de reajustar estrategias y demostrar que el Perú ya optó por la imprevisión y la novedad el 2011 y los terribles efectos sobre la institucionalidad y el crecimiento son más que evidentes. No solo tienen la responsabilidad sino todas las posibilidades para desarrollar fórmulas que eviten que el Perú vuelva a resbalarse en la pendiente de la mediocridad. Un gobierno en el 2016 parecido al de Humala sí podría empujarnos hacia atrás y, tarde o temprano, las sombras del estatismo volverían a extenderse sobre el país.