La transición que traquetea

Sobre rumores de golpe y la oposición

El jueves pasado, Lima volvió a ser la ciudad de las bolas, de los rumores infundados. La orden de inamovilidad de los cuarteles del Ejército para realizar un inventario de granadas de guerra desató una ola de especulaciones sobre un posible conato autoritario. Las investigaciones de unas supuestas agendas de Nadine Heredia y las acusaciones oficialistas contra la oposición son los combustibles de esta hoguera.

Si bien el hallazgo de 51 granadas en una vivienda fue el origen de la inamovilidad decretada, es evidente que hubo una sobre reacción del Ejecutivo que desencadenó la ola de rumores. Pero lo grave es que el ex milagro económico de América Latina y la democracia que resiste tres procesos electorales sin interrupciones volvió a presentar la imagen de una república bananera de la Guerra Fría. El sistema democrático continuó alimentando la percepción de que una crisis de gobernabilidad está a la vuelta de la esquina.

Antes algo relevante en el análisis: en el Perú la posibilidad de una interrupción constitucional parece muy lejana. Los proyectos autoritarios pos Guerra Fría en América Latina, desde el fujimorato hasta los proyectos bolivarianos, tienen una condición sine qua nom: el respaldo popular al autoritario, que hoy es esquivo al nacionalismo. También confluye la crisis económica que, en el caso del Perú, no está presente, más allá de la evidente desaceleración. Además, el Perú es uno de los pocos países de la región que tiene presos con sentencias firmes a generales de 4 estrellas y a gran parte de una promoción de generales. ¿Alguien se atrevería a la aventura autoritaria?

No obstante el tema principal no es la improbabilidad del ensayo autoritario, sino, ¿cómo llegamos a semejante apelotonamiento de rumores? Y aquí la única explicación reside en la polarización y la hiper-judicialización de la política. El nacionalismo ha envilecido de tal manera el espacio público que los políticos solo están acusándose y defendiéndose. No hay políticos planteando los temas de la gobernabilidad, excepto el diezmado y arrinconado Gabinete que preside Pedro Cateriano.

Esta puesta en escena empezó con la llamada reelección conyugal y la voluntad de judicializar a los rivales. Luego del archivamiento del proyecto kirchenerista y la investigación periodística de las supuestas cuatro agendas de Heredia, pareciera que alguien pretende enviar mensajes señalando que si las investigaciones continúan habrán más órdenes de inamovilidad.

La democracia no debe hacer caso de las estratagemas de estos rasputines aldeanos. Pero si debe tener la suficiente madurez para crear un nuevo escenario que facilite la transición hacia el cambio de gobierno en el 2016. No se le puede pedir a la oposición que se haga de la vista gorda ante las investigaciones en curso, pero sí se le puede demandar que los políticos se dediquen a la gobernabilidad y se deje que la policía, la contraloría, los procuradores y los fiscales y jueces hagan su trabajo. Sí se le puede pedir que, ante los intentos del oficialismo de judicializar al rival, no se pise el palito y se le devuelva el vuelto a la pareja presidencial.

La oposición tiene que entender que el principal objetivo para la democracia y la libertad es crear un clima diferente para los comicios del 2016. El nacionalismo y la izquierda están interesados en que la campaña electoral se transforme en un gran tribunal, en una feria de denuncias y contradenuncias, para intentar derribar al llamado elenco estable (Keiko Fujimori, PPK y Alan García) y probar suerte con del aventurero. Como no son demócratas no les interesa si la democracia traquetea.