La sociedad de los relatos

¿Cómo instaurar el socialismo sin ganar elecciones?

Desde la caída del fujimorato, en el Perú han surgido algunas explicaciones sobre la historia y el medio ambiente que demonizan y excluyen a algunos actores. Algo parecido empieza a suceder con la educación y la iniciativa privada en la educación. A estas explicaciones los especialistas las denominan “relatos”, porque reescriben el pasado para analizar el presente y proponer el futuro.

Por ejemplo, por los casos aislados de violaciones de Derechos Humanos, se señala que en el Perú hubo violaciones sistemáticas de DD. HH. y estrategia de tierra arrasada. El relato se convierte en prensa y propaganda, y nadie recuerda que a Sendero Luminoso solo se le pudo ganar porque hubo una movilización campesina sin precedentes en la historia nacional. En el medio ambiente algunas malas prácticas han convertido a la empresa minera en enemiga del medio ambiente, y se olvida que sin inversiones mineras no hubiese habido el crecimiento que ha reducido la pobreza a un quinto de la población. Y también se ignoran todos los esfuerzos medioambientales que desarrollan las empresas.

Otro relato que empieza a imponer la izquierda señala que la mediocridad educativa es responsabilidad de la existencia de claustros privados. Adrede se ignora el abandono estatal de la educación en el siglo XX, que hundió a la escuela y la universidad públicas. Un abandono que permitió el control del maoísmo del claustro y que luego desató el baño de sangre de los ochenta.

Si miramos temas de pobreza, de inclusión social y de descentralización, igualmente, encontraremos la voluntad de escribir relatos, aunque no tan evidentes como los arriba descritos. Los relatos, como la cultura y todas las ideas, son solo conjeturas, intentos de aproximación a la verdad. Nada más. Sin embargo los animadores de los relatos —como las antiguas jerarquías medievales— plantean que estos representan a la verdad.

Ahora bien, una de las preguntas claves es por qué la mayoría de estos relatos que logran construir el “sentido común” de una sociedad (por ejemplo, la aceptación mayoritaria de que debe prohibirse el lucro en educación) terminan favoreciendo las estrategias de poder de la izquierda. La respuesta es simple: las fuerzas liberales y de derecha han abandonado el debate ideológico y cultural, quizá tragándose el cuento de que luego de la caída del Muro de Berlín asistimos “al fin de las ideologías”.

Uno de los relatos más poderosos que pretende organizar la izquierda a nivel planetario tiene que ver con la idea de que el mundo ha ingresado a la sociedad de la innovación “que supera a la sociedad del capital” y, que por lo tanto, el Estado debería convertirse en una especie de benefactor de la innovación. Semejante aproximación cierra los ojos ante Facebook, Microsoft y Google, por ejemplo, que son esfuerzos innovadores de privados que, para desplegar toda su creatividad, debieron conseguir el capital de las más diversas maneras. Y niega el hecho histórico que nos señala que el progreso de la humanidad se ha conseguido, principalmente, por el aporte de los innovadores privados, quienes luego construyeron las empresas más grandes del planeta.

En síntesis si bien en el mundo se han desmoronado los grandes relatos totalitarios del siglo XX, los relatos sectoriales y específicos van construyendo una reacción anticapitalista de la cual, de una u otra manera, empieza a participar el Perú. Si los sectores que defienden una sociedad abierta no reaccionan, cualquier fórmula anticapitalista volverá triunfar con cualquier envoltura (ambientalista, innovador, etcétera).