Editorial Política

La muerte de Francisco y el futuro de la Iglesia Católica

Los debates sobre una institución de más de dos milenios

La muerte de Francisco y el futuro de la Iglesia Católica
  • 22 de abril del 2025

 

La muerte del papa Francisco, el 21 de abril a los 88 años de edad, fue confirmada por el cardenal Kevin Farrel, camarlengo de la Santa Sede. De esta manera la Iglesia Católica, una de las instituciones más antiguas de la humanidad con sus más de 2,000 años y una de las columnas culturales, teológicas y filosóficas de Occidente, entró en la denominada “Sede Vacante”, un periodo con ausencia del papa –ya sea por muerte o por renuncia– hasta la elección del nuevo sucesor del trono de Pedro. 

El mundo católico, de cerca de 1,500 millones de creyentes, llora la muerte del Santo Padre; sin embargo, nada puede evitar la discusión de las encrucijadas que enfrenta la Iglesia Católica a inicios del siglo XXI y que, de una u otra manera, atravesaron el pontificado de Francisco, el primer Papa no europeo desde la muerte de Gregorio III en el año 741 y el primer jesuita en ocupar la silla papal.

El pontificado de Francisco estuvo vinculado a una ofensiva del progresismo eclesial sin precedentes en la historia del catolicismo, como si “las corrientes modernizadoras” pretendieran eliminar a las tendencias conservadoras, tal como suele suceder en las disputas de los partidos políticos, sobre todo en los partidos comunistas del siglo pasado. Una burocracia extremadamente ideologizada en el Vaticano desarrolló una ofensiva sin precedentes contra las disidencias teológicas, seguramente sacando ventajas del precario estado de salud del papa Francisco y las distancias que esa situación genera.

¿Una exagerada posición conservadora? Únicamente basta señalar que, en la actualidad existen 14 congregaciones intervenidas en el mundo – todas ellas de orientación teológica conservadora– sin respetarse los procedimientos y el derecho a la defensa consagrados en el derecho canónico. La intervención del Opus Dei y la arbitraria disolución del Sodalicio y la brutal y feroz campaña contra esta congregación son expresiones concretas de esta situación. Si los delitos y pecados de los fundadores de una congregación justificarán la disolución de una entidad eclesial, entonces la propia Iglesia Católica se habría disuelto.

Entre los brazos eclesiales del pontificado de Juan Pablo II, el Papa que contribuyó a derribar el sistema soviético y a recuperar las libertades humanas, solían estar el Sodalicio y el Opus Dei. Sin embargo, hoy estas entidades han sido disueltas o están bajo vigilancia de la burocracia del Vaticano.

Todos los católicos del mundo se hincan de rodillas y rezan por el alma del papa Francisco y todos lamentan su partida. El dolor en las iglesias y en las misas se percibe al primer golpe de vista. Sin embargo, la Iglesia Católica debe enfrentar las encrucijadas que se agravaron con el pontificado de Francisco: más allá del leve incremento de católicos en el mundo, la Iglesia Católica se está quedando sin sacerdotes por falta de vocaciones.

Y no se trata de un debate solo de los católicos, sino de uno que compromete a todos los que defienden el modelo de sociedad occidental basado en un sistema republicano; es decir, un sistema de gobierno de instituciones que controlan el exceso del poder. ¿Por qué? Todos los fundamentos morales de Occidente, ya sea el derecho a la vida, los derechos humanos –el irrenunciable derecho a la autonomía y la libertad, el derecho de propiedad, el derecho de los contratos, y la crucial institución de la familia, el sentido del honor y de la palabra– pertenecen al acervo cristiano de más de dos milenios. Por ejemplo, sería imposible hablar de la teoría del contrato social en Occidente sin la influencia de pactismo judío del Antiguo Testamento y así sucesivamente.

Igualmente, la idea de una comunidad con tolerancia y pluralidad se fraguó en las tradiciones escolásticas cuando Santo Tomás sostuvo que la fe y la razón eran dos gracias divinas, y que los creyentes hablaban a través de la revelación de los evangelios, pero los creyentes tenían que echar mano de la razón para hablar con los gentiles, con los no cristianos.

Si bien los fundamentos morales y atributos de Occidente están en todas las sociedades del mundo, en los países occidentales se convirtieron en derecho, en instituciones, en ley y repúblicas. Por todas estas consideraciones el catolicismo es crucial para el futuro de la libertad en el planeta. Ni siquiera la tradición protestante y reformista se ha desvinculado de los fundamentos morales construidos por el catolicismo.

El debate sobre el futuro de la Iglesia Católica no es un asunto teológico sino uno estrictamente filosófico. Tiene que ver con todas las amenazas y sombras que amenazan destruir a la sociedad occidental. En ese contexto, nos sumamos a las oraciones por el alma del papa Francisco.

  • 22 de abril del 2025

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