La democracia a prueba

El lado positivo de la guerra política actual

La semana pasada se acumularon una serie de incidentes que tensaron las instituciones de la democracia y probaron la capacidad del sistema en tramitar el conflicto político. A la renuncia de la Vicepresidenta, Marisol Espinoza, a las filas del nacionalismo, se sumó a la destitución de la procuradora Julia Príncipe y, de pronto, se levantó una ola de indignación popular que determinó la renuncia del ex ministro de Justicia, Gustavo Adrianzén, y el conato de interpelación al Presidente del Consejo de Ministros (PCM), Pedro Cateriano.

El mismo día en que todo parecía a punto de estallar el Tribunal Constitucional estableció que debían continuar las investigaciones por lavado de activos en contra de la Primera Dama, Nadine Heredia. El oficialismo y la oposición se trenzaron en una de guerra de acusaciones, pero, sorpresivamente, unas horas después, los actores levantaban algunas banderas blancas. Si bien la posibilidad de la interpelación ministerial continuaba, la mayoría de la oposición descartó la censura. ¿Qué significaba semejante escenario?

En primer lugar que la polarización fomentada desde Palacio llegaba a uno de sus momentos límites. Pero ese es lado pesimista del enfoque. El ángulo optimista nos señala que todas las instituciones de la democracia establecidas en la Carta del 93 se tensaron, se contrapesaron y funcionaron, para viabilizar el conflicto político. Y algo de eso existe. La gravedad de la impecable denuncia periodística sobre las supuestas agendas de Nadine en una sociedad abierta tiene que procesarse mediante una movilización institucional: procuradores, fiscales, jueces, TC y otros. Y eso es lo que ha pasado.

Y de alguna manera la democracia está incólume porque, pese a todos los problemas, las instituciones funcionan y mantienen ciertos niveles de autonomía. Al respecto, vale señalar que cuando los demócratas que luchan contra el autoritarismo en Venezuela, Bolivia y Ecuador visitan nuestro país, siempre aconsejan evitar la autoflagelación porque, por angas o por mangas, las instituciones peruanas tienen ciertos niveles de independencia. Quizá es pertinente incorporar esta dosis de optimismo para evitar los extremismos en el análisis.

Pero de otro lado también vale destacar la madurez de la oposición que, no obstante que tiene las armas en la mano, evita que la sangre llegue al río. La decisión de mantener al Gabinete Cateriano y evitar el extremo de la censura es un hecho que nos permite señalar que algo también ha cambiado en los actores políticos. En el siglo pasado, por el contrario, cuando la oposición tenía el control del Legislativo, solía apretar el acelerador y las censuras se acumulaban hasta quebrar el sistema institucional.

Durante la democracia post Fujimori solemos señalar que la economía es la reina en tanto que la política es una fea cenicienta. Una verdad como una catedral. Sin embargo tres elecciones democráticas sin interrupciones tienen que producir efectos positivos en la fortaleza de las instituciones y la cultura política de los actores. De alguna forma eso  es lo que estamos contemplando en la manera cómo se tramita el conflicto político actual.

Para seguir desarrollando comparaciones. En el siglo XX la conducta del nacionalismo con su voluntad polarizar y judicializar al oponente ya habría quebrado la democracia. Pero el estatismo velasquista, la hiperinflación de los ochenta, el colectivismo terrorista, el lado oscuro del fujimorato y otros yerros de los últimos 25 años, se han convertido en las grandes enseñanzas de lo que no se debe hacer. Y las instituciones y los actores aprenden.