Informalidad y contrato social

Los grandes temas de fondo ausentes en debate sobre legislación laboral juvenil

La ley que establece un régimen laboral para los jóvenes entre 18 y 24 años y que busca formalizar el empleo en este sector, perdió respaldo político por un gobierno que solo sabe pelear con los demás actores políticos y también por una oposición que priorizó el perfil electoral antes que las reformas. Sin embargo, el gran tema ausente en las discusiones y argumentos fue qué hacer para superar la informalidad laboral.

Quienes defienden la ley argumentan que se formalizará el empleo juvenil y quienes se oponen sostienen que es un saludo a la bandera ajena y que solo favorecerá a las grandes empresas. Y sobre la mesa se puso el magro 5% de formalización del empleo logrado por el régimen especial laboral de las Pymes.

Quizá el gran problema del debate sea considerar que se puede formalizar el empleo con parches muy timoratos, al margen  de un gran movimiento formalizador de la sociedad. ¿Puede formalizarse el empleo si la mayoría de Pymes caminan con un pie en la formalidad y el otro en la extralegalidad?

En los mercados populares, por ejemplo, la mayoría de las empresas tienen RUC para enfrentar la vigilancia de la SUNAT. Ya casi no existen empresas sin registro tributario, pero para hacer frente a los impuestos confiscatorios (no obstante la reciente rebaja de impuestos) crean contabilidades paralelas. Incapaces de pagar los sobrecostos laborales contratan de manera informal; imposibilitados de cumplir las tramitologías municipales trabajan sin licencias ediles pese a cumplir con la autoridad tributaria. Luego viene Defensa Civil y empieza la danza de las licencias imposibles de cumplir. De esta manera las empresas populares  viven en dos mundos: el formal y el informal. Este es el nuevo rostro de la informalidad.

Ya está demostrado que el Perú tiene uno de los más altos sobrecostos laborales de la Alianza del Pacífico y también del mundo.  Pero para avanzar a formalizar el empleo no solo debemos cortar una de las cabezas de la Medusa sino eliminar al monstruo que desencadena este fenómeno social -el estado asfixiante- que hasta ahora ha sido la principal barrera de contención de la violencia y las economías extralegales, pero que también explica en gran parte la desaceleración de la economía.

La informalidad es la hija natural de la ausencia de un contrato social. Si bien la Constitución es el punto de partida de cualquier acuerdo nacional, la idea de un contrato social alude a la manera cómo los ciudadanos ceden derechos y soberanía al Estado a cambio de seguridad, justicia y servicios. En el Perú se ha desregulado la economía pero se ha sobre-regulado la relación con el Estado a cambio de casi nada: allí están la crisis del Poder Judicial, la crisis de seguridad ciudadana, la crisis de la salud y todas las infinitas crisis que tienen que ver con el Estado.

La única manera de derrotar al monstruo estatal que crea la informalidad es invirtiendo el enfoque del problema. En vez de mirar las cosas desde la cima estatal se debe contemplar el panorama desde los mercados populares, desde los miles de empresarios que caminan entre formalidad e informalidad. Si vemos el problema así, veremos a empresarios que quieren crecer, pero no pueden; que quieren cumplir todas las leyes, pero no pueden; a gente que, finalmente, solo quiere vivir en paz y prosperar al igual que el más grande o el más moderno.

Si observamos las cosas desde esa perspectiva nos percataremos de que no es un asunto de idiosincrasia, de cultura, de inclinación a las economías extralegales, como empiezan a sostener los nuevos conservadores del Perú.