La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Una de las aseveraciones de los progresistas es que el Ejecutivo, el Congreso y los partidos, han abandonado la voluntad de dialogar con “los sectores que recurren a la violencia como expresión de la legítima protesta”. Esa “falta de voluntad de diálogo”, entonces, explica que “el uso constitucional de la fuerza pública haya causado 60 lamentables muertes”.
Más allá de que los únicos responsables de las muertes sean quienes atacan aeropuertos y comisarías, el diálogo no es posible, no se materializa, porque la violencia no tiene interlocutores y representantes. Más allá también de los progresistas que se presentan como representantes de las protestas y quienes se ofrecen de “puentes”, la verdad es que las minorías que desarrollan una insurrección en contra de la Constitución y el Estado de derecho requieren negar cualquier interlocución.
Una explicación inmediata: ¿quién se atrevería a ser representante de acciones de guerra contra el Estado de derecho? Para ser interlocutor de “la protesta”, entonces, habría que explicar los ataques a decenas de comisarías y los cerca de 600 policías heridos –algunos de gravedad–, los ataques y destrucción de aeropuertos, los bloqueos de carreteras para desabastecer a las ciudades y producir la quiebra del aparato productivo. Es imposible justificar o explicar este tipo de acciones para cualquiera que se ubique dentro del Estado de derecho.
Si recordamos que, en las insurrecciones en Chile y Colombia, tampoco hubo interlocutores ni representantes de la violencia, el asunto se vuelve complejo. Los violentistas se negaban a ser representados. En Chile, por ejemplo, luego del primer mes del octubrismo insurreccional se atacaron 100 comisarías –una y otra vez– y se dejó a cerca de 5,000 carabineros heridos. La sufrida derecha chilena –que finalmente capituló ante la violencia insurreccional con la constituyente– solía buscar de aquí para allá a los eventuales interlocutores. Nunca los encontró. Ni el Partido Comunista de Chile ni el Frente Amplio asumieron la representación.
¿Por qué la violencia insurreccional asume esta naturaleza en Chile, Colombia y Perú? Luego de la caída del Muro de Berlín y bajo la influencia de las diversas reformas del comunismo (Gramsci, Escuela de Frankfurt y el marxismo francés) los tradicionales partidos comunistas abandonaron los viejos programas maximalistas, se disolvieron y se reorganizaron con programas parciales a través de las conocidas oenegés de izquierda. Se dedicaron a “defender los derechos humanos”, el medio ambiente y la ecología, desarrollaron ideologías (como la del género) y otros relatos y narrativas para controlar la cultura y los sentidos comunes de la sociedad.
Sin embargo, al lado de esa reforma, la vieja estrategia insurreccional bolchevique de asalto al poder (revolución de octubre en Rusia, maoísmo y foquismo cubano) del siglo XX se reformó con las nuevas teorías de los marxistas franceses y las revueltas estudiantiles de mayo del 68. En esta estrategia, llamada de “la revolución molecular disipada” –desarrollada por el filósofo Félix Guattari– el primer objetivo de la insurrección revolucionaria es presentar la imagen, ante la sociedad y el mundo, de que la violencia es espontánea y expresión natural de “una sociedad enferma”. En ese sentido, el primer objetivo del mando revolucionario es precisamente evitar la idea de un mando, de un representante o de determinados interlocutores del proceso revolucionario.
Los progresistas de buena voluntad seguirán buscando un interlocutor o representante de la violencia, pero nunca lo encontrarán. Por otro lado, la falta de representantes de la insurrección es una construcción extremadamente sofisticada. La idea de que la violencia es espontánea y surge de aquí para allá –como enjambres sin control– produce una profunda desmoralización en los sectores políticos, civiles y militares encargados de defender el Estado de derecho. Y, de pronto, republicanos de buena voluntad sienten que ceder ante la violencia, ya sea adelantando las elecciones o allanándose a una constituyente, es una posible salida.
En ese momento, la revolución molecular disipada ha logrado todos sus objetivos, ya sea a través de un proceso constituyente –que sigue destruyendo a Chile– o mediante una victoria electoral, como en Colombia. En ambos casos, la moral republicana es quebrada y la desesperación lleva a algunos a ceder al chantaje comunista.
Para defender el Estado de derecho, entonces, solo hay un camino: defenderlo con todas las armas y herramientas que establece la Constitución. Jamás buscar atajos por la desesperación.
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