La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Los sectores progresistas –mal llamados “sectores liberales” por una terrible confusión ideológica– dejaron abismados a grandes sectores del país cuando se sumaron abiertamente a la convocatoria de una supuesta tercera toma de Lima, realizada por el Movimiento por la Amnistía de Derechos Fundamentales (Movadef) y el Partido Comunista del Perú -SL- Militarizado del Vraem y diversos sectores vinculados al eje bolivariano. Considerando que los sectores progresistas suelen criticar a los chavismos y las dictaduras de la región, ¿cómo se explica que apoyen abiertamente un plan revolucionario del maoísmo y del eje bolivariano?
A nuestro entender la única explicación tiene que ver con el hecho de que el progresismo llegó a controlar instituciones tutelares del sistema constitucional, tales como el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y el Ministerio Público. Desde el Gobierno de Pedro Castillo, el golpe fallido y el fracaso de las olas de violencia del verano pasado, al margen de cualquier valoración y como dato objetivo para el análisis, el progresismo ha comenzado a perder todas estas instituciones. Y al suceder estos hechos, el progresismo como tal es destruido en su esencia, en su naturaleza.
¿Qué se pretende señalar con estos razonamientos? El progresismo peruano es único en América Latina por su negativa a organizarse en un partido o a colonizar abiertamente a los movimientos de izquierda, tal como sucede en Chile y en Colombia, por ejemplo. El progresismo peruano, pues, ha renunciado a formar partidos, a presentar programas y a ganar elecciones. También se podría decir que no tiene posibilidades de ganar elecciones.
Sin embargo, el progresismo nacional sí desarrolla una feroz guerra cultural, como suelen hacerlo todos los progresismos del planeta bajo los manuales neomarxistas o neocomunistas. Por ejemplo, si en Chile fue el antipinochetismo, en Colombia el antiuribismo, en el Perú el gran relato que le permitió al progresismo eliminar a sus rivales fue el antifujimorismo. Esta narrativa fue tan eficiente que posibilitó que Pedro Castillo, el peor candidato de la historia y con vínculos con el maoísmo, ganara una elección nacional. Si le agregamos los relatos de los Derechos Humanos para debilitar la autoridad del Estado de derecho, del ecologismo radical para detener el avance del capitalismo y la ideología de género para destruir la familia como fuente originaria de la propiedad privada, se entiende por qué el progresismo hegemonizó la cultura de la sociedad y logró gobernar –a través del control de instituciones tutelares– sin ganar elecciones nacionales.
Uno de los instrumentos que desarrolló el progresismo para gobernar sin ganar elecciones fue el lawfare o judicialización de la política. Sorprendentemente todos los actores y movimientos políticos que contenían el avance del comunismo y el antisistema en el Perú fueron eliminados y judicializados. Durante el gobierno autoritario de Martín Vizcarra –con el golpe de Estado y el cierre del Congreso– se intentó eliminar cualquier forma de disidencia. Y con el camino despejado, Castillo y el eje bolivariano llegaron al poder.
Hoy el progresismo contempla absorto cómo en el Congreso coaliciones del más diverso tipo comienzan a desmontar el aparato institucional construido en las últimas dos décadas, aparatos que le permitieron gobernar sin formar partidos ni ganar elecciones. Ante esta situación el progresismo –sin un partido organizado, sin colectividades afiatadas y, en franca desesperación– ha decidido respaldar la toma de Lima del maoísmo inventando una narrativa que nos señala que la democracia está en peligro o no existe. Una verdadera histeria, sobre todo luego de que el Perú comenzara a salvarse del golpe de Castillo.
En cualquier caso, el único futuro del progresismo en el Perú pasa por organizar un partido político y ganar elecciones. El simple relato que se materializa a través de la cómoda oenegé parece que no funciona cuando el progresismo se acerca o llega al poder. ¿Por qué? Porque el progresismo es una envoltura de mercado para vender todas las propuestas del viejo Marx. En el poder ya no se pueden utilizar velos y emerge el viejo programa colectivista. Pasa en Perú y está sucediendo en Chile y Colombia.
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