El año que culmina no cayó el gobierno de Dina Boluarte ...
El Perú podría hoy ser un país con un ingreso per cápita cercano a un país desarrollado si en la última década hubiese seguido creciendo sobre el 6% del PBI, tal como lo hacía en los primeros diez años del nuevo milenio. El país dejó de crecer a esos niveles y se expandió a tasas muy bajas, con las que no se podía seguir reduciendo pobreza, porque el Estado se burocratizó y la política se transformó en un escenario de guerra civil entre buenos y malos. Sin lugar a duda las izquierdas, sus relatos y estrategias detuvieron que el país avanzara al desarrollo.
No obstante que el PBI se multiplicó por cuatro, la pobreza se redujo del 60% de la población a 20%, y de una sociedad de ingreso bajo pasamos a una de ingreso medio, con gran expansión de las clases medias. Pero todo se detuvo, todo se paralizó.
En ese escenario llegó Pedro Castillo al poder con la propuesta de asamblea constituyente para crear una república plurinacional con equidad de género. Se produjo la mayor fuga de capitales en más de 50 años (más de US$ 15,000 millones). El Perú ingresó a la crisis actual.
Es evidente que una de las claves para salir de este atolladero es que en las elecciones del 2026 las corrientes progresistas, neocomunistas y colectivistas no tengan la posibilidad de seguir deteniendo el progreso del país. Todo indica que así será. Sin embargo, un nuevo momento político nunca será suficiente porque la democracia, la economía y el desarrollo necesitan reformas con urgencia extrema.
En el plano político e institucional, en el nuevo Congreso a instalarse el 2026 se debe formar una gran comisión nacional para revisar las reformas constitucionales y legales que se desarrollaron en medio de la feroz guerra política que atraviesa el país. Puede haber excesos y los demócratas no deben cometer los yerros del progresismo y el neocomunismo.
Otra de las grandes reformas que los peruanos debemos colocar en la agenda es la reforma y el fin del Estado burocrático en contra de la inversión y las iniciativas de la sociedad. Reducir trámites hasta lo mínimo para crear procedimientos simplificados y ventanillas únicas. En ese camino, se deben reducir los 19 ministerios por lo menos hasta la mitad habida cuenta de que una serie de sectores (Cultura, Mujer, Ambiente), en realidad, se crearon para desarrollar consultorías y sinecuras de las izquierdas. La reforma y desburocratización del Estado debería abarcar al gobierno central y los gobiernos regionales y locales.
Sobre esta base en el Perú estaremos en condiciones de desarrollar una gran reforma tributaria que simplifique el régimen y también reduzca impuestos para devolver recursos a la sociedad y el sector privado, y que se relance la inversión y la reinversión. Asimismo, se debe concretar una gran reforma laboral en base a la flexibilidad laboral para que los contratos de trabajo se establezcan de acuerdo con la realidad económica de las empresas y sus niveles de productividad. Igualmente, así como hablamos de un shock en contra de la burocracia debemos hablar de un shock de inversiones en infraestructuras para resolver todos los problemas físicos y de conectividad que atentan contra nuestro desarrollo.
Sin embargo, hay reformas que definirán nuestro futuro en el largo y el mediano plazo y, por lo tanto, deben concretarse o empezar desde ahora: las reformas de la educación y del sistema sanitario. Sin una fuerza laboral saludable, educada, capacitada y con impulso innovador, nuestras ventajas comparativas en puertos marítimos y espaciales; nuestras reservas probadas en cobre, oro, plata; nuestras posibilidades mundiales en agroexportaciones, en la industria pesquera y el turismo, no servirán de mucho.
Seguiremos siendo el país de las oportunidades perdidas, el país bendecido por la geografía y los recursos naturales que, sin embargo, tiene un peruano pobre entre cada tres ciudadanos. Una situación inaceptable para un país llamado a ser una potencia mundial.
Es evidente, pues, que no hay futuro para el Perú sin reformas.
COMENTARIOS