La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Más allá de la tesis pre-moderna de que el ADN determine una vocación autoritaria
Las recientes declaraciones de Mario Vargas Llosa acerca de que hará campaña contra Keiko Fujimori para que “la hija de un asesino y un ladrón no sea presidenta” resucita con todos sus chirrido el antifujimorismo del sistema político. Quizá en ese anti resida una de las razones más importantes del porqué la política peruana ha caído en uno de los abismos más profundos en medio de una creciente polarización y ausencia total de pactos y consensos.
Al margen de la tesis pre-moderna de que el ADN determine una vocación democrática o autoritaria (los hijos condenados por los genes), el antifujimorismo explica en gran parte la imposibilidad de establecer un nuevo sistema de partidos en la democracia post fujimorista. Los grandes temas que debieron abordarse durante la transición del autoritarismo a la democracia quedaron postergados por la reacción primaria del anti, que redujo el fujimorato a uno de los infiernos de Dante y no hubo nada bueno que reconocer y, por lo tanto, nada que conversar. Como en los peores tiempos de las guerras santas.
Lentamente, mientras los llamados partidos se adelgazaban más, surgió un “partido antifujimorista” que eligió presidentes a Alejandro Toledo y Ollanta Humala. Como reacción casi física, el fujimorismo se convirtió en el primer partido político organizado, con gran influencia popular, y seguro candidato a disputar todas las segundas rondas electorales habidas y por haber. La ausencia de un pacto para la restauración democrática impuso la polarización como el estilo predominante y la democracia adquirió una enfermedad crónica que hoy nos pasa la factura en las debilidades institucionales y las desaceleraciones de la economía y de la reducción de pobreza.
En España y Chile, países muy cercanos a la idiosincrasia de los peruanos, la transición de la dictadura a la democracia se desarrolló mediante acuerdos explícitos e implícitos. En ambas sociedades, sobre las derechas e izquierda autoritarias emergieron nuevas derechas e izquierdas modernas y democráticas. El Partido Popular español es el heredero directo del general Franco. Renovación Nacional y la Unión Democrática Independiente, de una u otra manera, son vástagos legítimos del régimen de Pinochet. Tanto la derecha española como la chilena son quizá las organizaciones más modernas y liberales de esas geografías en Iberoamérica. Como reacción natural, frente a las nuevas derechas, surgieron izquierdas democráticas.
En el Perú la crisis de los partidos, la ausencia de una derecha moderna y liberal, y la involución de la izquierda socialista y marxista hasta acercarse a las orillas negras del proyecto bolivariano, son las expresiones nítidas de la ausencia de pactos y el desarrollo de un antifujimorismo que recuerda las horas más aciagas del siglo XX con otro anti hoy en retirada: el antiaprismo.
Sin embargo, la participación constante en la institucionalidad y los procesos electorales ha empezado a configurar un nuevo fujimorismo, de raíz democrática y popular, que ya ha participado en una segunda ronda electoral, y todo indica que también lo hará en el 2016. Ese nuevo fujimorismo comienza a decantarse de sus tradiciones autoritarias como lo hizo el PP en España y la derecha en Chile. De allí que la resurrección del antifujimorismo nos recuerda los peores momentos de la política y nos evoca a los fundamentalismos que son incompatibles con las sociedades abiertas.
El antiaprismo fue terrible para la democracia y el sistema político del siglo pasado. No debemos permitir que el antifujimorismo envenene el presente público de los peruanos. Finalmente, vale recordar que la energía que mueve las instituciones democráticas es la política y la única política de las sociedades abiertas es aquella que hace cooperar a los rivales, que construye puentes allí donde existen abismos. Ese es el arte de la política que alguna vez inventaron los griegos.
(1 Oct 2014)
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