Uno de los debates interesantes que se produjo en el Per&uacut...
La censura del ministro de Energía y Minas, Rómulo Mucho, con el apoyo de las bancadas de la centro derecha, de una u otra manera, organiza una nueva imagen del Legislativo: más cerca del papel opositor que del oficialista. En cualquier caso, es una tremenda novedad en el escenario político, luego del golpe fallido de Pedro Castillo y las olas de violencia insurreccional que pretendieron instalar una asamblea constituyente en el Perú.
La novedad en el perfil opositor del Congreso, obviamente, proviene de la nueva actitud de las bancadas de la centro derecha. Es decir, de Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación, Avanza País, entre otros. ¿Por qué? Porque desde la sucesión constitucional de Dina Boluarte la centro derecha en el Perú jugó a mantener a toda costa la institucionalidad democrática y el periodo constitucional establecido en la Constitución. Una decisión que, con el transcurso de los años, todos los peruanos de buena voluntad sabrán reconocer: se preservó la institucionalidad democrática y, pese a los estropicios económicos del Gobierno de Boluarte, al final del día se puede sostener que el modelo económico se mantiene.
La acumulación de yerros y despropósitos en el Gobierno de Boluarte es la pesada cruz que ha tenido que soportar la centro derecha –al lado de los mini destapes en el Legislativo– para preservar la estabilidad institucional: escándalos, denuncias, manejos cuestionados en Petroperú, descontrol del déficit fiscal y la ausencia de una política de Estado para enfrentar la ola criminal. Sostenemos que se trata de una pesada cruz para la centro derecha porque el progresismo, desde el primer día de la sucesión constitucional de Castillo, desarrolló una ofensiva final para adelantar las elecciones y evitar reformas y cambios constitucionales hacia las elecciones del 2026.
En medio de la fragmentación de las bancadas, la centro derecha sorprendió a tirios y troyanos, desmontando “la república caviar” que la izquierda progresista había construido en las últimas tres décadas en el país, en base a la guerra y polarización entre fujimoristas y antifujimoristas, y la brutal judicialización de la política; una guerra política que, finalmente, terminó encumbrando a Pedro Castillo en el poder. La centro derecha cumplió una agenda que parecía planificada de antemano, y allí están las elecciones impecables e incuestionables de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional y la Junta Nacional de Justicia que, simplemente, han vuelto restablecer los contrapesos y los controles entre las instituciones.
Con la cercanía del 2025 y la imposibilidad de disolución del Legislativo y la perentoria convocatoria de las elecciones generales del 2026, al parecer, la centro derecha ha decidido tomar considerable distancia de la caída libre del gobierno de Boluarte y sintonizar con el humor ciudadano e, incluso, con la protesta popular.
Considerando que del desgaste del Gobierno de Boluarte no se ha beneficiado ningún candidato antisistema e, igualmente, ninguna alternativa del progresismo, el giro de la centro derecha hacia el perfil opositor, de alguna manera, nos recuerda que Dios parece tener nacionalidad peruana. ¿Por qué? A pesar de estar en escombros el sistema republicano, éste se ha salvado del golpe fallido de Castillo y la propuesta de asamblea constituyente. Y no obstante también de la fragmentación política generalizada –que se expresa en más de 30 candidatos presidenciales–, el giro opositor de la centro derecha se produce cuando ni el antisistema ni el progresismo representan una amenaza al futuro del país.
No sería extraño, pues, que la disputa en el 2026 se produzca entre dos versiones de la centro derecha nacional.
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