El 5 de abril, el fujimorismo y el capitalismo

Con cada aniversario del autogolpe del 5 de abril la polarización fujimoristas versus antifujimoristas parece recrudecer, a semejanza de la fecha en que se emitió el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El recuerdo de ambos eventos divide en extremo a los peruanos. Sin embargo es hora de procesar un balance integral de las cosas. Todos concordamos en que el autogolpe del 5 de abril no habría sido ejecutado jamás por un demócrata, y que los argumentos que lo justifican no tienen mayor asidero. Sin embargo, si nos quedamos en esa limitada aproximación solo estaremos echando más leña al fuego de la división entre peruanos y no extraeremos las conclusiones necesarias para el futuro de la democracia.

¿Por qué Alberto Fujimori hizo trizas la Constitución con el autogolpe del 5 de abril y consiguió el respaldo abrumador de los peruanos de ese entonces? La democracia que se instauró en los ochenta, luego de la experiencia soviética del velasquismo, fue incapaz de desmontar el Estado empresario (con más de 200 empresas estatales), que era la fuente de un déficit fiscal incontrolable y que luego desataría la hiperinflación; tampoco se atrevió a desarmar el proteccionismo comercial, el sistema de control de precios ni otras las lacras del estatismo.

De pronto la democracia ochentera flotaba sobre un colectivismo estatista que empobreció al 60% de los peruanos, que generó un desabastecimiento general y que multiplicó las colas por los bienes básicos, como si la institucionalidad democrática reposara en todas las desgracias que hoy contemplamos en la hermana república de Venezuela. ¿Alguien cree que la democracia podía sobrevivir con semejante velasquismo económico? Si le agregamos la violencia del terrorismo, en general, la democracia de entonces y la clase política habían fracasado en organizar la sociedad, la economía y la seguridad interna. ¿Acaso no se había empujado a la democracia al terreno de la aventura?

En el autogolpe del 5 de abril hubo autoritarismo masivo. Es innegable. Pero también hubo la ceguera de una clase política, incapaz de hacer reformas ni de entender que no hay democracia sin capitalismo, que es imposible que las instituciones y la libertad prosperen sin que el sector privado se constituya en abrumadora mayoría en la economía de la sociedad. En todo caso, si alguien lo duda debería preguntarse qué democracia ha prosperado con colectivismo en la economía. ¿Dónde por favor? ¿Acaso existe democracia en Venezuela, Cuba, Bolivia, Corea del Norte y las teocracias islámicas?

No hay entonces democracia sin capitalismo. Por ese motivo las fuerzas antisistema en el Perú suelen plantear con excesiva insistencia la convocatoria a una asamblea constituyente, con el objeto de redactar una Carta Política con un régimen económico anticapitalista.

Y aquí viene una última paradoja. El crecimiento económico —que ha triplicado el PBI, reducido la pobreza del 60% de la población a solo 20% y expandido a las clases medias— solo se puede explicar por el régimen económico de la Constitución de 1993, que otorgó la primacía de la sociedad sobre el Estado en la economía. Sin embargo este aporte histórico del fujimorato de los noventa hoy parece ser relativizado por el fujimorismo contemporáneo y los jóvenes de Fuerza Popular. No se entiende que la relación entre democracia y capitalismo no tienen nada que ver con las iniciativas populistas que hoy parecen multiplicarse en el Congreso.

Cuando en Fuerza Popular se insiste en la pequeña empresa, como si esta entidad debiera estar enfrentada a la gran empresa, solo se revela un gran déficit ideológico y la pérdida de una gran oportunidad histórica: defender un legado económico que es lo único que ha funcionado en los últimos 25 años.