Dilemas opositores en el Congreso

A nadie le debería inquietar que la oposición asuma conducción del Legislativo.

Comienza a quedar claro que el trasfondo del último choque entre el Ejecutivo y el Legislativo ha sido la decisión de la oposición de asumir la  Mesa Directiva del Legislativo. De allí las batallas libradas por el desafuero del congresista Alejandro Yovera y su eventual reemplazo por una legisladora que acrecentaría los votos fujimoristas. Semejante posibilidad nos permite desarrollar diversos análisis y enfoques sobre cómo se enriquecería o se agravaría la situación de la gobernabilidad en el país con la oposición al frente del Legislativo.

Es necesario recordar que el gobierno nacionalista es la administración donde se ha acumulado la mayor cantidad de colisiones entre el Ejecutivo y el Legislativo desde que entrara en vigencia la Carta Política de 1993. No obstante que el nacionalismo archivó el programa de La Gran Transformación y se decidió por mantener las bases del modelo económico, los choques entre poderes se sucedieron como si existieran diferencias programáticas insalvables –como pasaba en la centuria pasada- entre oficialismo y oposición.

Al respecto, vale recordar que a los gabinetes de René Cornejo y de Ana Jara, el Congreso, en un principio, les negó el voto de investidura. Asimismo, la censura de la PCM, Ana Jara, derribó a todo el Consejo de Ministros que ella presidía.

Una de las cosas relevantes de las actuales colisiones de poderes, a diferencia de los casos que se presentaron en el siglo XX, es que los conflictos entre Ejecutivo y Legislativo no desatan una crisis de gobernabilidad ni terminan con la interrupción de la democracia.

De una u otra manera, sin temor a equivocarse, se puede afirmar que si bien el nacionalismo polarizó con la oposición en extremo, los nuevos choques de poderes estarían  revelando un espacio público más constructivo pese a la crisis de los partidos y la desaprobación de las instituciones. Semejante paradoja podría marcar la gran diferencia entre el hoy y el ayer en el espacio público.

Por todas esas consideraciones a nadie le debería inquietar la posibilidad de que la oposición asuma la conducción del Legislativo. Es más, se debería recordar que las permanentes intromisiones de Nadine Heredia en la función ministerial están entre las principales causas que desataron los choques de poderes que comentamos. Igualmente, la conducción política de la Primera Dama logró un casi imposible político: convertir a una mayoría relativa del Congreso en una absoluta minoría más. Si la señora Heredia no hubiese forzado a tontas y locas la presidencia del Legislativo de Ana María Solórzano, desatando la escisión y la dispersión de la bancada nacionalista, a lo mejor, hoy no sería necesario comentar la posibilidad de que la oposición asuma el Legislativo.

De otro lado, la oposición ha demostrado su mayoría de edad al aprobar la delegación de facultades legislativas al Gabinete Cateriano, incluso contra sus propios razonamientos, en aras de otorgar gobernabilidad al sistema.  La conducción opositora del Legislativo, además, es la mejor manera de crear predictibilidad institucional en el desarrollo del cronograma electoral hacia el 2016.

Es casi seguro que nadie imaginó el deterioro institucional, político, económico y social en que el nacionalismo dejaría al país. Nos vamos acostumbrando a respirar con la idea de que algo podría interrumpir la continuidad de tres gobiernos electos sin interrupciones. Ahora bien, sería mejor terminar con los malos pensamientos convirtiendo al Legislativo en fuente de gobernabilidad, de colaboración con el Gabinete Cateriano y garante principal de elecciones impecables hacia el 2016.