¡Cuidado con los antisistema en el Perú!

El hecho de que las dos fuerzas promercado que participaron en la segunda vuelta electoral del 2016 hayan protagonizado uno de los más cruentos enfrentamientos entre Ejecutivo y Legislativo de los últimos años, la acumulación del descrédito que trae el caso Lava Jato, la renuncia del ex presidente Kuczynski y la insistencia de un sector del país en la polaridad fujimorismo versus antifujimorismo, son factores que acumulan una irritación general contra las instituciones y la clase política.

Si a estos ingredientes le sumamos la ralentización del crecimiento y el posible incremento de la pobreza en el 2017, las cosas se complican para los sectores que defienden la democracia y la economía de mercado. Siempre vale recordar que la estabilidad de la actual democracia no se explica por el acierto de los partidos políticos, los proyectos intelectuales o las virtudes del espacio público, sino por el crecimiento económico que ha triplicado el PBI, que ha reducido la pobreza del 60% a solo 20%, y que ha expandido a las clases medias. Sin esa expansión económica lo más probable es que el Perú hubiese seguido las trayectorias de Venezuela y Bolivia, países en los que caudillos colectivistas se apoderaron la de sociedad luego del fracaso de las élites políticas.

Y sucede que luego de la guerra Ejecutivo versus Legislativo de los últimos dos años, el crecimiento en el 2017 fue de 2.5%. Con esa cifra es imposible seguir reduciendo pobreza como antes, habida cuenta de que para absorber los más de 250,000 jóvenes que se incorporan anualmente a la economía se necesita crecer por los menos 4%.

Mala política, mala economía y descrédito general de los políticos y las instituciones, crean el terreno ideal para que prospere la aventura y las propuestas antisistema, entendidas no solo como colectivismos estatistas, sino también como proyectos autoritarios que relativizan la democracia y la institucionalidad. Si alguien considera que estas aproximaciones son una forma de alarmismo se equivoca de principio a fin. Basta recordar, por ejemplo, que en las elecciones del 2006, del 2011 y del 2016, de una u otra manera, en el Perú colisionaron dos modelos de sociedades; y sin exagerar, se puede sostener que en los mencionados comicios el antisistema no ganó por un pelito. Si las cosas no cambian en la política y la economía, quizá la suerte de nuestra sociedad se haya agotado.

Los resultados de las últimas encuestas deberían significar un campanazo para los demócratas. La guerra de los Fujimori, los despropósitos que se acumulan en la bancada naranja y la incomprensible campaña de algunos medios en contra del Legislativo han determinado que comiencen a aparecer en la intención de voto candidatos antisistema como Gregorio Santos y Antauro Humala.

Es hora, pues, de que los demócratas empiecen a separar la paja del grano y entiendan que si no se organiza una buena política y una buena economía, en el Perú no se desarrollaran reformas, se incrementará el desprestigio del espacio público y, como se dice, se le servirá la mesa a la aventura y a las fórmulas antisistema. Hoy existen todas las condiciones para producir cambios. Se avizoran relaciones constructivas entre Ejecutivo y Legislativo, y un posible remanso político. Ese es el espacio natural para la reflexión, para que las fuerzas políticas vuelvan sobre sus programas y se detecten las celadas populistas del parlamentarismo antisistema y de los radicales antimercado en la calle.