Anotaciones contra el piloto automático

Lineamientos sobre la reforma del Estado

En diversas ocasiones en este portal hemos sostenido que el crecimiento económico —sobre la base de la inversión privada y las exportaciones— que ha reducido pobreza a solo un quinto de la población, pero sin un Estado nacional, en la práctica, ha creado dos países: uno formal, enganchado a la globalización que crece y reduce pobreza a velocidad de crucero, y otro informal, que también crece y reduce pobreza, pero con extrema lentitud.

En los últimos 25 años en nuestro país nadie se ha convertido en pobre. Es más, las clases medias se han expandido como nunca. Sin embargo las diferencias sociales —a nivel nacional, regional y local— se han disparado también como nunca. Es el resultado natural del mercado sin Estado. Semejante realidad se ha expresado en las elecciones del 2006, 2011 y el 2016, en las que las propuestas radicales y antisistema siempre han estado a la vuelta de la esquina. ¿Cómo hacer para acabar con el capitalismo que fomenta el anticapitalismo? O quizá más simple, ¿cómo acabamos con el piloto automático?

Una aproximación general al problema es que transformar el Estado exige cambiar, voltear, la perspectiva con que se miran las relaciones entre Estado, economía y sociedad. Las cosas no se solucionan de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Todas las propuestas para reformar el Estado fracasan por la mirada elitista con que se elaboran los planes y proyectos. Invertir la manera de contemplar los hechos, entonces, resulta más que clave. Si adoptamos ese punto de vista, la informalidad y las sociedades emergentes, antes que un problema, representan el punto de partida de las soluciones. Comprobaremos, por ejemplo, que los problemas de la pequeña empresa son los mismos que padecen las grandes empresas.

A partir de ese punto de vista entenderemos el terrible daño que produce a la inversión privada y las iniciativas de la sociedad las sobrerregulaciones de los procedimientos que han convertido a una de las economías más abiertas de la región en una de las más burocráticas e impredecibles. Allí están decenas de rankings mundiales que revelan cómo el país pierde en competitividad frente a la floresta burocrática que no cesa de crecer.

Pero organizar un nuevo régimen estatal que nos permita llevar el Estado a los Andes y a las llanuras amazónicas nos obliga a evaluar sin apasionamientos la regionalización política. No obstante que, sobre la base de la inversión minera y en recursos naturales, el Perú ha desarrollado la descentralización económica y social más audaz de su historia, esta regionalización ha reproducido todos los vicios y taras del centralismo burocrático. ¿Cómo hacemos para que las regiones y los gobiernos locales se conviertan en socios de las iniciativas privada y de la sociedad? Una pregunta crucial que los candidatos de la segunda vuelta se han negado a responder.

Solo una nueva perspectiva en la organización de un Estado nacional nos permitirá avanzar en la reforma del Poder Judicial y otras instituciones claves del contrato social, impulsar la reforma laboral y relanzar las políticas de la simplificación administrativa. Si miramos las cosas de abajo hacia arriba entenderemos la tragedia de tener 160,000 millones de dólares en déficit de infraestructuras —según registra AFIN—, los retrasos en la reforma educativa y los abismos que debemos superar para tener un buen sistema de salud.

En otras palabras, solo una mirada plebeya de la política y de la reforma del Estado posibilitará que concretemos las urgentes reformas de segunda generación que necesitamos para superar la amenaza de la “trampa de ingresos medios” y entrar a la ruta del desarrollo. De lo contrario, el 2021 será el momento de los radicalismos y las propuestas antisistema, tal como nos enseña la historia universal y los recientes acontecimientos de América Latina.