Las bancadas de la centro derecha –entre ellas Fuerza Po...
La guerra que desató el progresismo contra la oposición política creó a la administración Vizcarra y, finalmente, parió a Pedro Castillo, una real amenaza comunista. Si bien es cierto que la guerra progresista –que destrozó el sistema republicano, envileció la política y causó estragos en la economía– también avanzó por los errores de quienes defienden el sistema republicano y las libertades económicas, es evidente que luego de salvar la República nada debe permanecer igual.
¿A qué nos referimos? El modelo económico que, en tres décadas, triplicó el PBI y redujo la pobreza del 60% a solo 20% (antes de la pandemia), igualmente generó el sector privado formal más poderoso de nuestra historia republicana. Si se duda, vale revisar los rankings empresariales de América Latina hasta antes de las reformas de los noventa: entre los diez o veinte grupos económicos más grandes de la región no aparecían grupos peruanos. Hoy, entre los primeros diez, se ubican dos o tres grupos nacionales. En este contexto, ¿cómo es posible que el sector privado no haya promovido think tanks, revistas, medios y, sobre todo, partidos políticos para fomentar una cultura y una política a favor de las libertades políticas y económicas?
El viejo Marx solía decir que la democracia era el régimen de la burguesía. Acertaba de principio a fin. Únicamente en los regímenes en donde el sector privado es abrumadora mayoría en la economía prosperan las libertades políticas y económicas. Las repúblicas anglosajonas mantienen su continuidad institucional, porque sus respectivas burguesías han entendido su papel como clase dirigentes y, asimismo, han comprendido que sin guerra cultural el anticapitalismo prospera en el momento más inesperado.
Y es que no se necesita ser demasiado zahorí para entender que todo proceso de desarrollo capitalista produce, en el acto, la reacción anticapitalista. El motivo: el crecimiento económico no solo reduce la pobreza, sino que, naturalmente, acrecienta las desigualdades hacia arriba, sobre todo cuando no hay un Estado que promueva reformas a favor de la productividad y competitividad. Este anticapitalismo, natural al desarrollo capitalista, se puede vestir de cualquier ropaje: comunismo, nacionalismo, bolivarianismo e, incluso, fundamentalismos islámicos.
En el Perú, la renuncia a la guerra ideológica y cultural tuvo como contraparte una masiva promoción de think tanks, medios, revistas y núcleos ideológicos –todos ellos anticapitalistas– que se disfrazaban de progresistas, de ecologistas, de supuestos defensores de los DD.HH. y de movimientos antimineros. La promoción y el financiamiento de estas redes usualmente proviene de capitalistas de los países desarrollados que pretenden bloquear la competencia en los países emergentes. La guerra cultural en el Perú fue ganada por las corrientes anticapitalistas, y no obstante que estos sectores nunca triunfaban en elecciones, se dieron maña para imponer una burocracia institucional que hoy conduce el Estado.
Mientras tanto, los medios y los propios partidos que debían defender las libertades fueron colonizados por los sentidos comunes que impusieron los vencedores de esta guerra cultural. En este contexto, se desencadenó la pandemia, la crisis económica y apareció el Estado fallido que no compraba camas UCI, oxígeno ni vacunas; el Estado que no construía carreteras, escuelas, postas médicas, y que no era capaz de redistribuir los impuestos que pagaban los privados. El Estado fallido, en la medida que es el resultado de burocracias y políticos colonizados por el progresismo anti- inversión, es consecuencia de esta guerra cultural.
En este contexto, los defensores del sistema republicano deben proponerse superar con todas sus energías la arremetida del colectivismo que hoy se expresa en Pedro Castillo y Perú Libre y también deben plantearse enfrentar con éxito la arremetida social que el comunismo lanzará (al igual que en Colombia y en Chile) al margen de los resultados de la elección.
De otro lado, hoy existe otra convicción absoluta: si no se libra la guerra ideológica y cultural a favor de la libertad no existirán partidos enraizados en la sociedad para defender el sistema republicano, ni se acabará con el Estado fallido del progresismo colectivista. En otras palabras, sin nueva cultura, sin nueva visión ideológica, volveremos seguramente a crecer, pero todo será precario como cualquier figura de naipes, tal como lo evidencia la situación electoral de Pedro Castillo.
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