La comisión de Constitución del Congreso de la R...
En unos días culminará el plazo para inscribirse en un partido para aquellos políticos que pretenden candidatear a la presidencia de la República. Y las proyecciones nos indican que existirían más de 30 candidatos, una situación que dispersaría de tal manera el voto ciudadano que, inevitablemente, la segunda vuelta se desarrollaría entre dos candidatos con mínima representación; y por otro lado, la fragmentación en el Congreso iría de mal en peor.
En otras palabras, el sistema de representación de la democracia peruana se deterioraría, incluso más que en los comicios del 2021, en donde se eligió a Pedro Castillo y se sancionó el actual Congreso que no cesa de fraccionarse.
¿Cómo explicar semejante estado de cosas? Es evidente que, en esta situación existen temas constitucionales y legales que, tarde o temprano, deben abordarse dentro de los grandes lineamientos de reforma constitucional. Sin embargo, existe un asunto cultural y político en el que la buena voluntad podría modificar la situación. Hoy cualquier empresario, cualquier profesional, civil o militar, se siente en la posibilidad de tentar la presidencia de la República. Bajo esas premisas, la primera magistratura se convierte en una especie de lotería nacional. Cualquier candidato con recursos y posibilidades se engancha a un partido o los “llamados vientres de alquiler” y queda expedito para tentar la jefatura de Estado.
¿Qué hacer frente a este estado de cosas? Creemos que si existe buena voluntad, tal como lo acaba de plantear el constitucionalista Ernesto Álvarez en este portal, los candidatos y movimientos de la centro derecha deberían avanzar hacia unas primarias pactadas; es decir, con acuerdos previos para las listas al Senado y la cámara de Diputados, y mediante el sufragio de los ciudadanos y los simpatizantes se decidiría la candidatura y la plancha presidencial. Un gesto de ese tipo de parte de los candidatos de la centro derecha (que empiezan a aparecer de aquí para allá) se convertiría en el acto político de mayor madurez de las últimas décadas. Y quizá del momento fundacional de una propuesta superior, como suele suceder en circunstancias parecidas.
Parece difícil y complicado que Antauro Humala encabece el sentimiento antisistema, más allá de algunas encuestas circunstanciales. Una de las razones de los límites de Antauro es la propia fragmentación de las izquierdas, que desatará una guerra de todos contra todos más cruenta que en los predios de la derecha. Otro factor es la devastación que ha causado el gobierno de Pedro Castillo. En la sociedad peruana, en las provincias del sur, en la costa, en la sierra y la selva –más allá de algunas encuestas– existe la percepción de que la cuesta hacia abajo en el Perú empezó con Castillo. Al margen de la justeza de la percepción –la involución empezó una década atrás– el gobierno de Castillo parece haber curado, por un buen tiempo, al Perú de las izquierdas, tal como lo hizo la hiperinflación con el populismo.
La posibilidad de desarrollar primarias pactadas entre los nuevos grupos de la centro derecha podría construir un escenario ideal para las elecciones del 2026: una segunda vuelta entre dos centro derechas, a semejanza de los sucedido en el 2016, pero con diferencias fundamentales. Por ejemplo, hoy el fujimorismo keikista ya no refleja el arresto juvenil y apasionado de la política, sino que existe experiencia acumulada, el vía crucis de la persecución y tenacidad. Por el lado de las nuevas centro derechas el solo hecho de unas primarias pactadas revelaría el surgimiento de una colectividad, de un estado mayor para conducir el Estado, algo radicalmente diferente del movimiento de PPK.
Por todas estas consideraciones, los candidatos de las nuevas centro derechas con buena voluntad deberían apostar a desarrollar un gran pacto para organizar unas primarias que se transformen en una columna en contra de la fragmentación de la sociedad que, finalmente, puede terminar disolviendo el país.
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