La decisión de la Comisión de Energía y Minas de ...
Desde la independencia en el Perú se destruyó la autoestima como sociedad, y la organización de un Estado fallido en el siglo XIX reforzó esta visión autodestructiva del país. Sin embargo, hubo un tiempo en que el Perú fue un protagonista del mundo; no solo en cultura, civilización y desarrollo económico. Durante el virreinato, el Perú tuvo un ingreso per cápita igual al de España y dos tercios del PBI per cápita de Inglaterra que, a inicios del siglo XVIII, ya estaba embarcada en la revolución industrial.
¿Por qué recordar esa grandeza del Perú en el virreinato? Porque toda nación, toda sociedad que se propone la libertad y el desarrollo debe tener una gran autoestima. Desde el siglo XIX hasta la actualidad nos robaron esa posibilidad. De allí que sostener que el Perú puede ser un nuevo centro del planeta en el sur del continente a veces suene a chauvinismo y nacionalismo innecesario. Sin embargo, ha comenzado a suceder. El país ha empezado a dar muestras de su grandeza con solo haber respetado la Constitución y haber mantenido la macroeconomía en las últimas tres décadas, a pesar de los fracasos de los políticos y de las tendencias de involución económica.
Y una de las áreas en donde resurge la grandeza del Perú es en la agroexportación. En apenas 250,000 hectáreas ganadas al desierto, a través de diversos proyectos hídricos, el Perú se ha convertido en una potencia agraria mundial. Decimos “en apenas” porque esa cantidad de tierras representa el 5% de las tierras dedicadas a la agricultura en el país. En ese espacio reducido se ha producido el milagro económico agroexportador que ha ubicado al Perú entre las diez potencias agroexportadoras del planeta. La productividad, la innovación científica y tecnológica y la versatilidad de los fundos agroexportadores no tiene nada que envidiar a los milagros económicos más destacados del planeta. Por ejemplo, la agroexportación crecía a tasas iguales a las de China, cuando el gigante asiático podía alcanzar los dos dígitos de expansión.
¿Por qué solemos olvidar estos logros de la economía y sociedad peruana? En dos décadas las agroexportaciones se multiplicaron de US$ 651 millones a más de US$ 12,000 millones en la actualidad, se captaron más de US$ 20,000 millones en inversiones y se crearon más de 1.5 millones de empleos entre directos e indirectos. Por otro lado, la pobreza en las regiones agrarias bajó debajo del promedio nacional; en Ica, por ejemplo, este flagelo social hoy afecta a solo el 6% de la población, mientras que a nivel nacional llega al 27%.
Si las agroexportaciones no continuaron expandiéndose en inversiones y en ampliación de la frontera agrícola es porque la izquierda en todas sus versiones –incluida la progresista, que suele enjuagarse la boca defendiendo al empresariado– apuntaron a derogar la Ley de Promoción Agraria (Ley 27360), que junto a la Constitución y los 22 tratados de libre comercio organizaron un soberbio marco jurídico que explica el milagro agroexportador del país.
En este contexto, si los peruanos eligen bien en los próximos comicios, se preserva el Estado de derecho y el principio de autoridad y se profundiza el régimen promocional –para multiplicar la inversión, reinversión e incrementar la recaudación tributaria del Estado–, entonces, la agroexportación se convertirá en un fenómeno social y económico sin precedentes. El Perú puede ampliar la frontera agrícola agroexportadora en un millón de hectáreas más en la costa, puede captar US$ 60,000 millones en inversiones y crear más de cuatro millones de empleos, entre directos e indirectos.
Por su geografía y morfología el Perú tiene un desierto único en el planeta, y tiene ríos en los Andes que se pueden represar para regar y convertir a los fundos de la costa en un gigantesco oasis agroexportador. ¿Por qué entonces nos negamos a soñar en grande y declarar un objetivo nacional convertir al Perú en un gigante agrario del planeta?
















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