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Unos días atrás, un sector de mineros ilegales asaltó y quemó un área del proyecto minero Los Chancas en el sector Choccemarca -Tapairihua, en la región Apurímac. La violencia contra el campamento minero únicamente es parte de la estrategia de expansión de las actividades ilegales porque no hay ningún tema social o ambiental en cuestión. Vale destacar que, en toda la provincia de Aymaraes se multiplican las actividades de minería ilegal, creando un escenario terrible para la minería moderna en el corredor vial del sur.
Vale señalar que Los Chancas es un proyecto de una mina a tajo abierto con una producción anual estimada de 120,000 toneladas de cobre y 7,000 de molibdeno. Se planea que el proyecto empiece sus operaciones en el 2031 con una inversión estimada de US$ 2,600 millones.
Si sumamos el ataque de la minería ilegal al proyecto Los Chancas a las invasiones permanentes a Las Bambas y a la información acerca de que en el corredor vial del sur alrededor de 300 camiones se movilizan diariamente transportando el mineral robado a las concesiones formales, entonces, es evidente que la minería ilegal no solo se expande con la producción de oro, sino también con la explotación del cobre.
Si las instituciones y el Estado de derecho no asumen su responsabilidad para enfrentar a la minería ilegal, todo indica que las cosas irán de mal en peor: el precio de la onza de oro está sobre los US$ 2,000 y el valor de la libra de cobre llegó a sobrepasar los US$ 4.
¿Cómo así se multiplica la minería ilegal en cobre? Es evidente que los mineros ilegales han encontrado la fórmula para extraer mayor rentabilidad de sus actividades, pero con la destrucción total e irreparable del medio ambiente. La destrucción del ecosistema impactará en las regiones con minería ilegal por varias décadas y a diversas generaciones.
Los mineros ilegales están utilizando un sistema de lixiviación artesanal de efectos devastadores sobre la madre tierra, como suelen señalar los animistas andinos. El mineral robado de las concesiones formales se mezcla con ácido sulfúrico, chatarra de acero, y se consigue una tierra que contiene hasta 70% de cobre. El producto final se vende a las plantas de beneficio que extraen el cobre como tal. ¿Qué sucede con los restos del proceso de lixiviación? Hoy se está echando a los costados de las zonas de explotación o a los ríos, contaminando el medio ambiente por décadas.
Una de las cosas más graciosas y curiosas de estos sectores de la minería ilegal en Apurímac y que suelen asaltar los campamentos de la minería moderna es que pretenden desarrollar relatos vinculados a una supuesta “minería ancestral” y el papel de los llamados “pueblos originarios”. ¿Cómo puede ser eso posible? Si detrás de lo ancestral o la fábula del pueblo originario siempre está el respeto a la Pachamama que hoy es arrasada por la lixiviación artesanal que destruye la tierra.
Otra de las cosas que sorprende e irrita por el nivel de hipocresía es la distancia de las oenegés anticapitalistas –que desarrollaron todos los relatos en contra de la minería moderna–, que guardan distancia o mantienen silencio frente el desastre ambiental que desarrollan los mineros ilegales. Una clara señal de que estas oenegés nunca estuvieron interesadas en preservar el medio ambiente, sino en detener la minería y el capitalismo nacional.
En cualquier caso, el Estado de derecho, las instituciones del sistema de justicia y los políticos deben reaccionar con firmeza frente a la minería ilegal. Hacerse de la vista gorda para ganar unos votos puede convertir en un infierno las zonas mineras luego de las elecciones nacionales.
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