Las bancadas de la izquierda colectivista y los sectores populistas ha...
El BCR acaba de incrementar la proyección de crecimiento de la economía peruana de 3.1% a 3.2%, sobre todo por el aumento de la demanda interna y un relativo incremento de la inversión privada. En otras palabras, con un poco de estabilidad la economía vuelve a moverse hacia arriba. Quienes analizan la economía deberían conectar las tendencias económicas con la política, sobre todo en una democracia como la nuestra, más allá de todos los problemas institucionales.
¿A qué nos referimos? La única explicación de que la economía vuelva a reanimarse reside en que el Perú ha evitado la estrategia irresponsable de la vacancia presidencial que promovió abiertamente un sector del país y que hubiese empujado al Perú al abismo: incertidumbre política y continuidad de las tendencias recesivas.
Sin embargo, de igual manera a la luz de los resultados y proyecciones hay poco que celebrar. Todos los economistas en el país coinciden que crecimientos menores al 4% no posibilitan reducir la pobreza significativamente: no crean suficiente empleo para los nuevos jóvenes que se incorporan a la llamada “población económicamente activa”. Y por otro lado, el país, con ciertas reformas económicas –por su ubicación geográfica y recursos naturales– tendría el potencial de crecer sobre el 6% y reducir varios puntos anuales de pobreza. En otras palabras, el Perú ya perdió una década con tasas anuales menores de 4% y no puede seguir acumulando años negativos.
Sin embargo, la falta de muchos motivos para celebrar no debe llevarnos a ignorar que la economía peruana está resistiendo la ofensiva en contra del modelo de los políticos, de los debates públicos, del crecimiento indetenible del llamado Estado burocrático que –a través del gobierno central, los gobiernos regionales, los municipios y las empresas públicas– consume cerca de un tercio del PBI, de más de US$ 300,000 millones. Un Estado burocrático que ahora es la primera fuente de continuidad de la pobreza –bloquea inversiones a través de sus sobrerregulaciones–, aleja a más del 70% de la sociedad y la economía de la formalidad.
Y si a esto le sumamos los recientes acuerdos del Legislativo sobre la cédula viva para 162,000 maestros jubilados y cesados, la destrucción del sistema privado de pensiones con el octavo retiro, y el intento de modificar normas fundamentales en la economía de mercado, como el sistema de propiedad en la minería, entonces es incuestionable que la economía nacional está resistiendo a todas las adversidades habidas y por haber.
¿Por qué la economía resiste los yerros superlativos de los políticos? Es indudable que las reformas económicas de los noventa desarrollaron una de las reformas económicas más poderosas de la región: liquidaron el Estado empresario, desregularon el tipo de cambio, el sistema de precios y mercados, establecieron un respeto sagrado de la propiedad privada y los contratos y liberalizaron el comercio. Luego, a través de la Constitución de 1993, se institucionalizarían todas estas reformas y se sancionaría la autonomía constitucional del BCR, desarrollaron una de las reformas económicas más poderosas de la región. Sus efectos constructivos continúan hasta la actualidad.
La fórmula esquizofrénica de un Estado burocrático sobre un régimen de economía de mercado produce una economía con más del 60% de la economía atravesada en la informalidad y pobreza cercana al 30% de la población.
¿Qué nos indican estos hechos y estas aproximaciones? Si los peruanos no eligen bien el 2026 la resistencia de la economía se quebrará y, tal como ha sucedido en Hispanoamérica, la involución económica hacia el estatismo y el colectivismo será inevitable. Por otro lado, el Perú necesita una reforma tributaria, otra laboral y reformar sus sistemas de educación y de salud; sin embargo, todos esos objetivos pueden resumirse en la propuesta de acabar con el Estado burocrático.
Vale recordar que las reformas de los noventa buscaron acabar con el Estado empresario y las 200 empresas que desataban la hiperinflación. Tres décadas después las reformas de hoy se focalizan en el fin del Estado burocrático y las sobrerregulaciones que causan pobreza e informalidad.
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